La dinámica de los aumentos salariales

Redacción Fortuna

Opinión. Por Juan Carlos de Pablo *

El café concert está en crisis, porque la realidad supera a la ficción”. Me acordaba de esta afirmación, que vengo escuchando desde hace muchos años, cuando leí que “según el INDEC en los últimos 3 años los precios aumentaron 25,3% mientras que los salarios subieron 89,5%”. Claro que afirmar que en la Argentina 2010 el INDEC forma parte de la realidad, es parte de la ficción.

Los dirigentes sindicales que (todavía) son aliados del Poder Ejecutivo no tienen empacho en afirmar que “el INDEC mide bien” las variaciones de los precios al consumidor, al tiempo que –cuando se sientan a negociar modificaciones salariales– utilizan “sus propios índices”. Oficio, que le dicen.

La principal característica que tienen los aumentos salariales acordados en lo que va del año en curso, es una enorme disparidad sectorial. Los empleados públicos consiguieron 21% de aumento, los de Luz y Fuerza 22%, los de la alimentación 35%, los curtidores 49%.

¿Conoce usted algún estudio que explique estas diferencias en términos de aumentos igualmente disímiles de la productividad laboral? No existe. La referida discrepancia es fácilmente explicable por el momento en que se cerró la negociación, así como por el acercamiento o alejamiento del gremio respectivo, de las autoridades políticas.

Ejemplo del primer caso: Luz y Fuerza, cuyo secretario general está pidiendo a gritos la reapertura de las negociaciones. Ejemplo del segundo: empleados públicos, donde la oficialista UPCN acordó un aumento “razonable” según el Gobierno, y por consiguiente le dejó la pelota picando frente al arco a sus rivales de ATE.

Las negociaciones siempre están rodeadas de discursos, pero en el momento de la firma lo único que interesa es “el número”. Mi ejemplo preferido es la negociación referida a la compraventa de una vivienda. El vendedor dice que no sabe por qué se va a desprender de un inmueble que le trae tantos recuerdos de su abuelita más querida, el comprador afirma que no sabe por qué está pujando por una vivienda tan mal localizada. El primero quiere que el precio final sea el máximo posible, el segundo que sea el mínimo posible. Hay transacción cuando encuentran un número común (¿por qué no serán mudas las transacciones?).

En salarios ocurre lo mismo. Los dirigentes sindicales no piden aumentos sino “recuperaciones”, los empresarios no otorgan aumentos sino “intolerables presiones sobre las ganancias, cuando no sobre la existencia misma de las empresas”. La cuestión, finalmente, es cuánto.

En el caso de las negociaciones privadas ese cuánto depende de la tasa esperada de inflación (que para el asalariado tiene que ver con los precios al consumidor, para los productores con lo que creen que va a aumentar el precio de los productos que fabrican y venden. Esto, aquí y ahora, pueden ser 2 números bien diferentes, por el aumento de costos y precios y la quietud del dólar), y de lo que está ocurriendo con el nivel de actividad económica, y por consiguiente con el costo de tener que soportar una huelga (en 2002, en plena recesión, cuando los asalariados hacían huelga el fabricante respiraba aliviado, porque no hubiera sabido qué hacer con la producción).

Todo ello en un contexto en el cual todo el mundo sabe que el Poder Ejecutivo no ejercerá el rol del “malo de la película” en los conflictos salariales. Desde hace medio año el ministro de Economía está tan concentrado en el canje de la deuda (que desde el punto de vista de conseguir plata fresca es un fracaso total), que no parece ocuparse del resto de la política económica; la presidenta del Banco Central privilegia las circunstancias y la dinámica decisoria a sus ideas sobre lo que significa el tipo de cambio competitivo; en tanto que el ministro de Trabajo no parece ser quien llame a los dirigentes sindicales para que morigeren sus demandas.

Esto quiere decir que tanto los representantes de los trabajadores como los de los empleadores, saben que están solos en esta negociación. De ahí la referida disparidad en los resultados.

¿Es posible que haya inflación sin aumento de salarios? Sí, como ocurriera en 2002, cuando como consecuencia del abandono de la convertibilidad en poco tiempo el tipo de cambio nominal cuadruplicó su valor, precipitando una importante suba en el precio de los bienes importables y exportables.

¿Es posible que haya aumento de salarios sin inflación? Depende de las magnitudes. Los aumentos salariales proporcionales a los aumentos de la productividad son compatibles con el mantenimiento del nivel general de los precios. Una empresa, o un sector, pueden verificar fuertes aumentos de la productividad, cuando modifican su tecnología o vía apertura económica aprovechan las economías de escala.

Pero cuando se piensa en el PBI en su conjunto la historia enseña que, fuera de las reactivaciones (la Argentina entre 2003 y 2008) y de las transiciones (China desde la década de 1980), la productividad global de una economía crece, digamos, 2% anual. Pensar que aumentos salariales de 20%-30% anual, como los que se están verificando en la Argentina, pueden ser absorbidos por mejoras generales de la productividad, es no pensar.

Última, pero muy importante. Cuando aumenta la tasa esperada de inflación automáticamente se achica el horizonte decisorio. Cuando algún periodista me pregunta “cómo ve el resto de 2010, o 2011” le respondo “no veo la semana que viene, como voy a poder contestar algo sensato referido a tanto tiempo”. Con las negociaciones salariales ocurre exactamente lo mismo. No sé si por costumbre, o por regulación, las modificaciones salariales se pactan por un año. Pero nadie puede creer que en la Argentina 2010, al terminar la negociación, los representantes de los asalariados y de los empleadores se darán la mano saludándose en estos términos: “feliz Navidad y Año Nuevo. Nos vemos en 2011, para esta misma época”.

* Economista. Columnista de Revista Fortuna

18/6/2010

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