La economía que viene: entre la esperanza y las expectativas

Por Juan Carlos De Pablo *

Redacción Fortuna

El idioma castellano es riquísimo, pero por lo menos en un caso utiliza la misma palabra para significar un par de cosas distintas. Me refiero al vocablo esperar, que tanto se puede referir al plano de la esperanza como al de las expectativas. Por lo que, sin entrar en contradicciones, muchas veces afirmamos que no esperamos que ocurra lo que esperamos que ocurra. Queriendo decir que no esperamos que ocurra lo que deseamos que ocurra, o lo que creemos que debería ocurrir.

Esta reflexión viene a cuento de cómo elaborar un diagnóstico de lo que hoy está ocurriendo en la economía argentina, base de la toma de decisiones individual.

Un diagnóstico exclusivamente técnico concentraría la atención en un par de cuestiones principales: el panorama fiscal y la política cambiaria.

Hasta hace pocos meses, la variación interanual de la recaudación impositiva, aduanera y previsional total alcanzaba a 35%, luego cayó a 29% y entre mayo de 2011 y 2012 fue de 20%.

Mientras los gastos públicos seguían creciendo 32% interanual (no confundir ajuste de los gastos con demoras en los pagos).

¿Qué hace un gobierno nacional cuya Tesorería no tiene reservas, y no quiere endeudarse en los mercados voluntarios de deuda? Reforma la Carta Orgánica del Banco Central para que éste le envíe los pesos y los dólares que necesita para financiar su déficit. Al tiempo que posterga los pagos de obras públicas y las transferencias a las provincias, las cuales piensan seriamente en volver a emitir cuasimonedas.

Como consecuencia de las políticas cambiaria y de tarifas de las empresas privatizadas en la década de 1990, los bienes más baratos que existen en Argentina son un viaje en ómnibus por la ciudad de Buenos Aires y los dólares al tipo de cambio oficial.

Dado que la caída del precio relativo aumenta la cantidad demandada, hasta mi tía Carlota demanda dólares en el segmento oficial del mercado de cambios, pero como buena parte de sus compatriotas encuentra que su requerimiento para comprar dólares se encuentra “en análisis” por parte de la AFIP.

No sorprendentemente, la segmentación del mercado de cambios generó el segmento negro, azul o como se lo quiera denominar, con una brecha con el tipo de cambio oficial que dejó de ser irrelevante. Todo esto es cierto, pero insuficiente para tomar decisiones. Porque la política económica no consiste meramente en un listado de problemas, como los que se acaban de mencionar, sino también en un diagnóstico de las circunstancias internacionales y la credibilidad que el gobierno de turno tiene delante de la población.

“Reformas increíbles” fue un tópico desarrollado por el economista argentino Guillermo Calvo, aludiendo a que la misma medida de política económica puede generar resultados muy diferentes, dependiendo de si la población le cree o no a las autoridades.

La pata que falta en este análisis es la visión que el Poder Ejecutivo tiene de la realidad, junto a la que cada uno de nosotros tiene de la referida visión oficial.

No se trata, simplemente, de si las autoridades se dignarán algún día reconocer públicamente que el INDEC no mide correctamente la tasa de inflación, o la monumental metida de pata que desde 2003 en adelante hicieron con respecto a las tarifas en el sector energía y combustibles, por lo cual Argentina dejó de ser un país exportador para convertirse en un importador neto de los referidos productos.

Estaría relativamente tranquilo si “para afuera” siguieran como hasta ahora, pero tuviera algún indicio de que “adentro” están trabajando en serio en diagnosticar qué es lo que está ocurriendo con el nivel de actividad y su correlato en el plano laboral, la tasa de inflación, etc.

Ojalá esté mal informado pero parecería que, dentro del Poder Ejecutivo, no hay nadie cumpliendo la función esencial del ministro de Economía, que consiste en juntar las piezas para elaborar un diagnóstico, formular una propuesta y presentarla al público cruzando los dedos para que le crean. Por eso, volviendo al párrafo inicial, espero que lo hagan aunque no espero que lo hagan.

En las últimas semanas, con particular intensidad, me preguntaron cómo puede ser que no incluya en mis análisis la probable capacidad de respuesta de las autoridades, frente a una realidad cada día más contundente. Respondo que –al igual que el resto de los seres humanos– no sé lo que va a pasar (aprendí hace muchos años que no hay que perder el tiempo tratando de averiguar lo que va a pasar, porque la cuestión relevante para la toma de decisiones es ¡qué hacemos dado que no sabemos lo que va a pasar!), y por eso soy un gran entusiasta de un esquema decisorio bajo incertidumbre, denominado error tipo I, error tipo II.

Referido a la cuestión analizada en esta columna implica decir que me equivoco si adopto las decisiones sobre la base de que el Poder Ejecutivo corrige el rumbo, y resulta que no lo hace, pero también me equivoco si adopto las decisiones sobre la base de que el Poder Ejecutivo no corrige el rumbo y resulta que sí lo hace.

Pues bien, sobre la base de que “los estilos no se cambian”, porque se llevan en la sangre, aconsejo adoptar las decisiones sobre la base de que el Poder Ejecutivo seguirá sin corregir el rumbo. Y me encantaría estar equivocado, por lo cual si lo estoy lo tomaré como una sorpresa agradable. Claro que la economía no es simplemente una cuestión de gustos o de tozudez (Pinedo en 1962, Rodrigo en 1975 o Cavallo en 1982, no son simples productos de sus respectivas ideologías), por lo que el “algo va a ocurrir” tiene que ver con la proyección a futuro de las tendencias actuales.

De acuerdo, lo que estoy diciendo es que esto debe ser tenido en cuenta, pero no para tomar decisiones descontando un cambio en el rumbo. Mucho menos un cambio próximo o, peor aún, un cambio antes de que por problemas de política económica, una empresa tenga que cerrar o presentarse en convocatoria de acreedores.

* Especial para revista FORTUNA

15-7-2012

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