FMI: Rebelión adolescente vs. relación madura

El kirchnerismo insiste en presentar al FMI como el malo de la película. Por Manuel Solanet. Galería de fotosGalería de fotos

Redacción Fortuna

Kicillof-FMI

Por Manuel Solanet

No es políticamente correcto en la Argentina hablar del FMI sin antes hacer la salvedad que se lo considera culpable histórico de muchos de nuestros males.  En el entendimiento popular el FMI responde a los intereses de un capitalismo internacional concentrado y malignamente empeñado en proponer políticas de ajuste “neoliberales” en los países periféricos. Esta creencia forma parte de las que no necesitan demostración y ya están incorporadas a los programas escolares oficiales. Eso explica la ganancia de popularidad que logró Néstor Kirchner cuando en 2005 canceló de un solo pago la deuda remanente con el FMI y lo expuso como una ruptura liberadora. Por cierto que no había motivo de algarabía. Ese fue un paso más de Kirchner para desprenderse de todo seguimiento de sus desbordes fiscal y monetario y para eliminar incómodas miradas sobre sus falsedades estadísticas.  La verdad es que ni siquiera eso estaba en juego ya que no se devolvieron préstamos que estuvieran imponiendo condicionalidades de alguna importancia. Se cancelaron créditos a muy bajo interés mientras se le pagaban a Venezuela tasas del orden del 15%. Un verdadero dislate financiero en perjuicio del país.

El FMI incluye a 188 países, o sea prácticamente a todos. No obstante la cuota y la capacidad de voto en el directorio es proporcional al Producto Bruto de cada país. Los Estados Unidos disponen del 16% de los votos en el directorio. Su máxima autoridad ejecutiva es el Director Gerente, tradicionalmente europeo. Desde su fundación en 1945 ha habido 11 gerentes, de los cuales 5, incluyendo a  la actual Christine Lagarde, han sido franceses. El staff es numeroso, tal vez demasiado, pero es calificado. Esto no quiere decir que no puedan cometer errores, sobre todo predictivos. En materia económica o financiera esto es común.

El FMI ha recibido numerosas críticas de algunos economistas.  Tal vez las más notables, por ser un premio Nobel quien las hizo, son las de Joseph Stiglitz. Con mucho de ideología y bastante de populismo Stiglitz y todo el espectro político ideológico progresista y de izquierda acusa al FMI de proponer siempre programas de reducción del gasto público, políticas monetarias recesivas, flexibilización laboral, apertura externa y liberalización de mercados. Lo que no se dice es que cuando el FMI hace estas recomendaciones el país en cuestión ya ha llegado  a una situación de crisis por acumulación de déficits fiscales, agotamiento de reservas, huida de capitales, y cierre de los mercados internacionales de crédito. La recomposición de esas situaciones no puede pasar por seguir expandiendo lo que llevó a la crisis. Esos escapismos terminan en hiperinflación con consecuencias económicas y sociales muchísimo más graves que las que inevitablemente producen los programas curativos de ajuste. A un drogadicto no se lo cura con más droga.

Esto lo sabe el mundo de la racionalidad y la experiencia. La crisis financiera internacional del 2008/2009 colocó al borde del abismo a varios países que hasta entonces habían creído que las expansiones artificiales podían sostenerse  sin costo, o a expensas de los ahorristas del resto del mundo. Grecia, Turquía, España y otros países debieron pagar la fiesta con dolorosos programas de ajuste, consensuados por la comunidad internacional y también por el FMI. Ahora están saliendo, penosamente, de esa forma. No había otra, aunque se diga lo contrario y quede muy bien decirlo.

El gobierno argentino puede seguir presentando al FMI como el malo de la película. Nuestro ministro de Economía puede ir a Washington a la reunión anual del FMI y retratarse sin corbata y despeinado, como un adolescente rebelde, junto al resto de los ministros de economía del mundo. Pero de esta forma no cambiaremos las reglas ni las instituciones del mundo organizado. Es un mundo que salvo pocas excepciones, valora la democracia, la libertad, y el mejoramiento social. Si en nuestro país el discurso político prevaleciente cree equivocadamente que el mundo es una gran conspiración, lo más probable es que, de crisis en crisis, continuemos en decadencia.

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Manuel Solanet_chicoManuel Solanet es Ingeniero Civil con estudios de postgrado en Economía. Actualmente es Presidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Fue Secretario de Hacienda de la Nación y Secretario para la Modernización del Estado. Es además Director de Políticas Públicas de la Fundación Libertad y Progreso.

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