El funcionario que no pudo traer lógica a la economía

El mendocino amigo de Néstor Kirchner terminó su carrera bancaria de cinco décadas de la peor manera. Sus roces con Kicillof y el rol de Cristina Kirchner.

Redacción Fortuna

Llegó desde el anonimato en reemplazo de Mercedes Marcó del Ponto y, a pesar de haber estado al frente del Banco Nación por años, Juan Carlos Fábrega era practicamente un desconocido.

Mendocino, de 65 años, el hasta hoy presidente del Banco Central quiso ser uno de los estrategas de la inestable política monetaria, pero chocó de frente con la gestión discursiva del ministro de Economía, Axel Kicillof y las denuncias de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Sin título universitario, llevó a delante la carrera soñada de cualquier empleado bancario: ascendió todos los escaños hasta llegar a ocupar la presidencia del Banco Nación, luego de 40 años dentro de la entidad. Trabó amistad con el expresidente Néstor Kirchner cuando la familia Fábrega se mudo a Río Gallegos. La otra gran amistad que conserva de sus años santacruceños es aún más polémica: Lázaro Báez.

Fábrega llegó a la primera plana del gobierno nacional el 18 de noviembre de 2013,  cuando Cristina Fernández de Kirchner retomó sus actividades presidenciales tras una intervención quirúrgica en la cabeza. En aquella ocasión, la mandataria desplazó a Hernán Lorenzino del ministerio de Economía, quien fue reemplazado por Axel Kicillof. El combo se completó con el desembarco de Jorge Capitanich en la jefatura de Gabinete, en reemplazo de Juan Manuel Abal Medina, y la llegada de Juan Carlos Fábrega al despacho del Banco Central.

A pesar de haber llegado juntos en una supuesta muestra de equilibrio, el discreto y ortodoxo Fábrega no tardó en rozar con el combativo, verborrágico e intervencionista Kicillof.  En enero de 2014, cuando la cotización del dólar se fue de $6.80 a $8,40 en tan sólo unos días, configurando la mayor devaluación de la moneda desde la salida de la convertibilidad.

En aquel entonces, Jorge Capitanich se apuró a afirmar que la devaluación no había sido inducida por el Estado. Incluso, la agencia oficial Télam había señalado -citando fuentes del mercado- que la disparada de la divisa había obedecido a una compra de la petrolera Shell reconociendo una cotización de $ 8,40, lo que desató una andanada de críticas hacia su CEO, de alto perfil político, Juan José Aranguren.

En el Banco Central reconocieron que la devaluación inducida existió y aseguraron que fue una decisión tomada en coordinación con el Ministerio de Economía y la Presidencia de la Nación.

Las peleas con Kicillof estuvieron siempre presentes en cada frente de conflicto. En mayo de este año, en su columna en el Diario PERFIL, Jorge Fontevecchia citó que Fábrega, en fase de despedida, le dijo a un amigo: “Si leyeras en los diarios que tuve un infarto, no te preocupes, sería la forma de renunciar”. Eran los días en los que Fábrega se enfrentaba al segundo trimestre consecutivo en recesión y discutía con Kicillof por el aumento de las tasas de interés para enfría la Economía.

Incluso Cristina intentó apaciguar los ánimos al armar reuniones con Fábrega, Kicillof y Echegaray. Sin embargo, en junio, corrieron nuevamente los rumores de renuncia del titular del Central.

A fines de julio, con la guillotina del juez Griesa bailando en el aire, surgió la "vía privada" como solución al conflicto con los tenedores de deuda no reestructurada. Fábrega, desde el central, daba su visto bueno y hasta habría sido el artífice de la propuesta que llevó adelante Jorge Brito. Kicillof viajó a Estados Unidos de urgencia, se reunió con el mediador y dio una conferencia en la Embajada Argentina para informar que no había ningún acuerdo. Luego vendría el discurso incendiario de Cristina contra los buitres de adentro y contra los banqueros. Fábrega recibió otra estocada.

Anoche, finalmente, Cristina habló más de lo que Fábrega pudo tolerar y hoy no hubo nadie que pudiera tranquilizar las aguas.

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