Competitividad a la Bangladesh y falta de control detrás de los talleres ilegales

Por qué el sector textil apela a la tercerización clandestina en la Ciudad y el Gran Buenos Aires. La trampa de los salarios bajos en la producción y el consumo.

Redacción Fortuna

Por Patricia Valli (*)

El incendio de un taller textil clandestino en Flores, donde murieron dos nenes de 7 y 10 años, volvió a poner sobre la mesa las fallas de uno de los sectores protegidos de una industria que no logra competir con la producción internacional, donde abunda la mano de obra barata. En el mundo, entre los veinte principales productores de ropa, cinco tienen salarios mínimos que están por debajo de los US$ 100 mensuales según la Organización Internacional de Trabajo (OIT).

En la Argentina, hay 100 mil empleados en blanco, con un salario promedio de convenio de $ 6 mil, lo que al dólar actual equivale a unos US$ 670 mensuales, muy por arriba de los grandes exportadores textiles: Bangladesh, Sri Lanka, Paquistán, Camboya, Vietnam, entre otros. Y con esos sueldos, las empresas del sector se reposicionaron para abastecer a un segmento “premium” de ropa de marca y cara a la que accede la clase media, media alta.

La desigualdad en la distribución del ingreso y el intento por hacer más competitiva a la industria confluyen así como orígenes de la informalidad laboral, el trabajo no solamente en negro y muchas veces directamente esclavo.

Los sindicatos y empresarios calculan que la cantidad de trabajadores no registrados llega a 200 mil o más, es decir, el doble de los que trabajan de manera legal. Algunas estimaciones llevan esa cifra a 300 mil trabajadores. Si la proporción de trabajo en negro en la economía en general es del 35%, en los textiles llega al 60%.

“Se enquistó en el mercado que el trabajo tiene que ser esclavo”, reconoció Jorge Lobais, titular de la Asociación Obrera Textil, uno de los sindicatos del sector.

“Las empresas tercerizan mucho, subcontratan y lo que contratan no está en blanco. Hay explotación de las colectividades y, pese a que se hizo mucho, cuando hay denuncias, un taller clandestino es fácil de desmantelar”, relató Lobais.

Con salarios de hambre, los talleres aportan además las copias y los productos que se venden en las ferias, en la calle y zonas comerciales marginales.

Industria paralela. Según explican en reserva los empresarios que conocen el paño, se trata de toda una industria paralela. Entre la provincia de Buenos Aires y la Ciudad suman más de 30 mil talleres clandestinos. Al menos 3 mil están en territorio porteño. Del total de los talleres, entre el 70 y 80% de los trabajadores están bajo condiciones de esclavitud: trabajan alrededor de 16 horas y duermen en el mismo lugar.

“Hay bebés que nunca salieron del taller, que están hace dos años sobre un colchón mientras la madre cose”, relató uno de los empresarios en línea con las denuncias que presentó el titular de La Alameda, Gustavo Vera.

Hace dos años, en el marco de una convención de ProTejer, cámara en la que convergen las empresas y los gremios del sector, se presentó una propuesta de incorporar tecnología de última generación y crear parques industriales que permitan duplicar la producción de los talleres, lo que permitiría aumentar la escala y bajar los costos. Incluso hasta pensar en la exportación en un sector que goza de la protección frente a las importaciones y abastece fundamentalmente al mercado interno.

“Un mismo taller puede abastecer tanto a una gran marca como a una feria. Debería estar registrado pero hay una cadena de tercerizaciones donde puede aparecer un taller ilegal y la marca lo desconoce”, explica, en línea con lo planteado por Lobais, el economista Mariano Kestelboim, ex ProTejer y actual coordinador del Departamento Industrial de Sociedad Internacional para el Desarrollo en Buenos Aires.

Algunas marcas tienen control sobre sus talleres, porque finalmente son responsables penales pero “lo más común es que no tengan control”. Entre las más denunciadas se encuentran Kosiuko o Cheeky, esta última de los Awada, familiares políticos del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, “porque son las que producen a mayor escala”. Cuando la industria en blanco se satura, pasa la producción a los talleres. Y allí puede caer en la producción en negro.

La falta de escala, además, encareció las prendas. “Hoy no es negocio venderle a la clase media, salvo que se pueda importar una parte para encontrar el equilibrio calidad-precio”, agrega el economista. “Las marcas prefieren abastecer el mercado premium y al sector  medio-bajo de la población lo captan ferias como La Salada”, dice Kestelboim.  Pese a que más marcas incorporan importados, esa parte no supera el 20% del consumo. Además, “hay más contrabando, porque hay más canales de venta ilegales. La participación de las importaciones no registradas de China llegó al 50%”, recuerda Kestelboim.

(*) Publicado en la edición impresa de Diario PERFIL.