Cuando los indicadores no miden lo importante

Por Joseph Stiglitz* / Mejores indicadores habrían revelado efectos negativos de la profunda caída de la productividad y del bienestar después de 2008.

Redacción Fortuna

Hace poco menos de diez años, la Comisión Internacional sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social publicó el informe “Medir nuestras vidas: las limitaciones del PBI como indicador de progreso”. El título lo dice todo: el Producto Bruto Interno no es una buena medida del bienestar. Lo que medimos afecta lo que hacemos, y si medimos la cosa equivocada, haremos la cosa equivocada. Si sólo nos concentramos en el bienestar material (por ejemplo, en la producción de bienes, más que en la salud, la educación y el medioambiente) nuestra visión se vuelve distorsionada, como son distorsionadas estas medidas: nos volvemos más materialistas.

Fuimos gratamente sorprendidos por la recepción que tuvo nuestro informe, que alentó un movimiento internacional de académicos, miembros de la sociedad civil y gobiernos en pos de la creación y el empleo de métricas que reflejen una idea más amplia del bienestar. La OCDE elaboró el Índice para una vida mejor, formado por una variedad de métricas que reflejan mejor aquello que constituye y promueve el bienestar, y creó un grupo de expertos de alto nivel sobre la medición del desempeño económico y el progreso social, continuador de la Comisión. 

El mes pasado, en el sexto Foro Mundial de la OCDE sobre Estadística, Conocimiento y Políticas, celebrado en Incheon (Corea del Sur), el grupo emitió el informe Más allá del PBI: medir lo que importa para el desempeño económico y social.

El nuevo informe hace hincapié en varios aspectos (como la confianza y la inseguridad) que sólo se trataron brevemente en Medir nuestras vidas, y explora en más profundidad otros (como la desigualdad y la sostenibilidad). 

También explica de qué manera el uso de métricas inadecuadas llevó a la adopción de políticas deficientes en muchas áreas; otros indicadores mejores hubieran revelado los efectos sumamente negativos y posiblemente duraderos de la profunda caída de la productividad y del bienestar después de 2008, lo que tal vez hubiera permitido a las autoridades no obsesionarse tanto con la austeridad, que aunque redujo el déficit fiscal, más redujo la riqueza nacional (bien medida).

Pensamos que estos indicadores podrían haber hecho que los funcionarios de diversos países elaboraran e implementaran políticas tendientes a aumentar la riqueza de esas sociedades.

Los sucesos políticos de años recientes en Estados Unidos y muchos otros países reflejan el estado de inseguridad en que viven muchos ciudadanos ordinarios, y al que el PBI presta muy poca atención. Inseguridad agravada por una serie de políticas excesivamente centradas en el PBI y en la prudencia fiscal.

Piénsese en los efectos de las “reformas” previsionales que obligan a las personas a asumir más riesgos, o en los de las “reformas” del mercado laboral que, en nombre de aumentar la “flexibilidad”, debilitan la posición negociadora de los trabajadores al dar a los empleadores más libertad para despedirlos, lo que a su vez conduce a salarios más bajos y más inseguridad. Como mínimo, unas métricas mejores sopesarían estos costos con los beneficios, y tal vez motivarían a las autoridades a acompañar esos cambios con otros que promuevan más seguridad e igualdad.

A instancias de Escocia, un pequeño grupo de países ha formado la Alianza de la Economía del Bienestar, con la esperanza de que los gobiernos prioricen el bienestar y redirijan de tal modo sus presupuestos. Por ejemplo, un gobierno neozelandés centrado en el bienestar daría más atención y recursos a la reducción de la pobreza infantil.

Asimismo, métricas mejoradas también serían una importante herramienta de diagnóstico para que los países puedan identificar los problemas antes de que las cosas se salgan de control y elegir las herramientas correctas para encararlos. Si, por ejemplo, Estados Unidos hubiera pensado más en la salud, en vez de sólo el PBI, la disminución de la expectativa de vida entre los estadounidenses sin educación terciaria, y especialmente entre los residentes de las regiones desindustrializadas, hubiera sido evidente hace años.

Fue hace poco que las métricas sobre igualdad de oportunidades expusieron la hipocresía de afirmar que Estados Unidos es una tierra de oportunidades (donde todos pueden progresar, siempre que sean hijos de padres blancos ricos). Los datos revelan que Estados Unidos está lleno de lo que se conoce como “trampas de desigualdad”: los que nacen abajo tienden a quedarse allí. Para eliminar estas trampas de desigualdad primero hay que saber que existen, y después determinar qué hechos las crean y sostienen.

Hace poco más de un cuarto de siglo, el presidente estadounidense Bill Clinton propuso “poner a las personas primero”. Es notable lo difícil que es hacer eso, incluso en una democracia. Diversos grupos de presión (corporativos y de otros tipos) siempre buscarán que sus intereses tengan prioridad. La inmensa rebaja impositiva aprobada en Estados Unidos por la administración Trump a estas alturas del año pasado es un ejemplo patente. La gente de a pie (la menguante pero todavía vasta clase media) tiene que soportar un aumento de impuestos, y millones perderán el seguro de salud, para financiar una rebaja de impuestos a multimillonarios y corporaciones.

Si queremos poner a las personas primero, tenemos que saber qué les importa y mejora su bienestar y cómo aumentar su suministro. La agenda de medición Más allá del PBI seguirá desempeñando un papel fundamental para ayudarnos a alcanzar estos objetivos cruciales.

*Premio Nobel de Economía, profesor en Columbia University y economista jefe del Roosevelt Institute.

Copytight: Project Syndicate, 2018