Las reformas son posibles; los riesgos son elevados

Por Andrés Velasco* En 2018, el 70 % de los chilenos creía que el país se gobierna para el beneficio de unos pocos grupos poderosos.

Redacción Fortuna

Después de declarado el estado de emergencia, soldados patrullan las calles y hacen cumplir un toque de queda. ¿ Cómo pudo llegar a esto Santiago de Chile, la ciudad más rica del país considerado el más próspero y respetuoso de la ley de América latina? Y ¿qué nos enseñan los eventos recientes acerca del descontento de la ciudadanía y del potencial de violencia en las sociedades modernas?

La verdad es que no podemos tener certeza. Todo sucedió con una rapidez vertiginosa. La explicación más común es que el alza del 3 % en las tarifas del metro hizo que explotara la indignación pública causada por el aumento de precios y por la extrema desigualdad. En un sentido esto debe ser cierto: la gente contenta, con ingresos suficientes, y que se siente tratada de manera justa, no saquea ni protesta. Pero como explicación sobre la cual basar cambios de políticas, este relato estándar corre el riesgo de ser simplista.

Partamos por el aumento de precios. Sí, Chile tiene una historia de inflación. Y sí porque es más próspera, Santiago es más cara que la mayoría de las ciudades latinoamericanas. Sin embargo, en los últimos doce meses la inflación en Chile solo llegó al 2,1%. Y el respetado Banco Central chileno ha recortado la tasa de interés debido a que la inflación es demasiado baja.O veamos la desigualdad de ingresos. Sí, para un país de ingresos medios altos, Chile es muy desigual. Su coeficiente de Gini en 2017 alcanzaba un elevado 46,6 (100 representa la desigualdad absoluta). No obstante, según el Banco Mundial, ese coeficiente ha venido cayendo desde el asombroso 57,2 de 1990, cuando Chile retornó a la democracia.

Pero si bien la desigualdad de ingresos no ha empeorado, es muy posible que otras desigualdades se hayan hecho más patentes. Chile es parte del club de los países ricos de la OCDE, pero en muchos aspectos continúa siendo una sociedad tradicional en la que predomina el privilegio de clase. Los líderes empresariales y los ministros de Estado suelen provenir de un puñado de colegios privados de Santiago.

Nada de esto es novedad. Pero puede que se haya hecho más evidente a medida que el país se desarrolló. En la generación anterior, pocos jóvenes del mundo popular asistían a la universidad. Hoy siete de cada diez estudiantes de la educación superior son los primeros de su familia en hacerlo. Luego de recibidos comienza la frustración: para los mejores puestos el desempeño académico es menos importante que un apellido o contactos adecuados.

En esta coyuntura el país tiene una oportunidad única para reescribir el contrato social y enfrentar las fuentes de la ira ciudadana. Pero los riesgos son muchos. Uno es que los votantes concluyan que los logros de Chile han sido más ilusorios que reales y, por lo tanto, decidan desandar lo andado. Otro es que el actual clima lleve al poder a un populista como en México, Brasil y Argentina.

* Ex candidato Presidencial de ChileCopyright: Project Syndicate, 2019