Que la ansiedad por la rapidez en conseguir los resultados y la necesidad de reconstruir la historia pierdan el objetivo.
Por Miguel Bein (*) / Marina Dal Poggetto (*)
Por oposición a las estadísticas tergiversadas del Indec 2007-2015 aparecieron las “estadísticas verdaderas” y un sinfín de números que inicialmente intentaron replicar lo que las estadísticas hubieran arrojado de no haberse producido la intervención falsificadora. Pero a medida que pasaban los meses y la inverosimilitud de los números oficiales era cada vez más evidente, se empezó a tratar a las estadísticas alternativas como si hubieran sido la verdad revelada frente a la mentira; así, aparecieron conceptos como “inflación verdadera”, “PIB verdadero”, “desempleo verdadero”, “pobreza verdadera”, y otros. Números alternativos que contradecían el grotesco relato oficial y que no siempre coincidían entre sí para una misma variable. De hecho, las estadísticas alternativas también debatían entre ellas el pasado, y las “proyecciones” de las consultoras empezaron a diferir no sólo en la visión del futuro sino también hacia atrás.
Por definición, las estadísticas son una abstracción de la realidad a partir de una metodología acordada, basada generalmente en criterios internacionales de medición adaptados a las particularidades de cada país. No son la “realidad”. Y al momento de reconstruir el sistema estadístico, luego del bloqueo de casi cinco meses, se requiere revisar estas definiciones, que no necesariamente están bien ni mal (son definiciones), pero que, valga la redundancia, definen el prisma con el que se analiza la realidad y por ende la visión del presente y cómo será recordado el futuro. Amén de que, en algunos casos, también definen la indexación de activos financieros significativos.
La revisión de las cuentas nacionales publicada por el Indec en 2016 concluye que la economía creció menos de lo que sostenía el “relato”, pero al mismo tiempo somos más ricos. Así, entre 2004 y 2015 las nuevas cifras arrojan un crecimiento acumulado 10% menor en cantidades montado sobre un PIB del año base 9,5% menor. Pero cuando se mira el PIB a precios corrientes, es decir el tamaño de la economía, resulta que luego de la publicación la economía era 10% más rica.
Créase o no, el tan cuestionado cambio metodológico del Indec anterior, que ya había aumentado 20% el tamaño de la economía respecto de la base anterior (1993=100), se corrigió al alza. Como resultado, el PIB per cápita de la Argentina –que si no hubieran mediado los cambios en la metodología (el de 2014 con el Indec anterior y el de 2016 con el Indec actual) sería hoy de US$ 9.300– se eleva a casi US$ 12.600.
Pero además, el nuevo dato cambia la lectura de toda la economía: mejora los déficits gemelos, achica el ratio deuda pública a PIB, la presión tributaria y el tamaño del Estado. También acota la apertura de la economía y el nivel de intermediación financiera. Lo malo de estos números es que desploman la tasa de inversión. En efecto, si se tomaran los datos originales del PIB (base 1993=100) y se sostuviera la dinámica hasta hoy de la nueva serie, en 2016 el déficit fiscal primario sería 6% del PIB, el de la cuenta corriente externa de 2% del PIB, la presión tributaria (recaudación de la Nación más las provincias) alcanzaría al 45% del PIB, el tamaño del sector público (gasto de la nación más las provincias) sería del 54% del PIB, la deuda pública en el mercado de 22% del PIB, y la apertura de la economía se ubicaría en casi 30% del PIB. Con los dos cambios estadísticos, el déficit fiscal primario se acota a 4,5% del PIB, el de la cuenta corriente a 1,5%, la presión tributaria se reduce a 32%, el tamaño del Estado a 38%, la deuda pública que flota en el mercado cae a 18%, y la apertura de la economía se acota a 22%. ¿Cuál es la verdadera historia? O, en otras palabras, ¿hay una verdadera historia?
La corrección al alza de los precios implícitos (el deflactor del PIB subió 35% más) explica en gran medida esta dicotomía entre crecer menos y ser más ricos. Acá la reconstrucción de la historia se complicó por la ausencia de series oficiales de precios, lo cual derivó en la necesidad de elegir dinámicas defendibles de precios minoristas, mayoristas y de la construcción empalmando series no necesariamente homogéneas. Este trabajo, montado sobre el cálculo anterior, permitió reconstruir la historia mencionada de los precios (hacia arriba) y de las cantidades (hacia abajo). Partiendo de la buena fe en el nuevo diseño estadístico, vale la pena revisar algunos de sus resultados, y acá surgen ciertas inconsistencias:
◆ La primera es que, frente al escenario de atraso cambiario evidenciado entre 2004 y 2015, resulta extraño que los precios implícitos de la economía crezcan 20% más que los del consumo. Es que la proporción de bienes (transables que van más en línea con el tipo de cambio) en relación con los servicios (no transables con un mayor componente de costos locales) es sensiblemente mayor en el PIB que en un índice de consumo. La dinámica de los precios del comercio exterior contribuye a explicar sólo una parte de esta diferencia; el resto está explicado por los precios del consumo público (básicamente salarios), que crecen 50% más que los del consumo privado y 53% más que los del índice de salarios públicos del Indec. Esta última dinámica contraintuitiva explica en gran medida el salto del deflactor cuando se analiza su composición desde el lado de la demanda.
◆ Desde el lado de la oferta, las correcciones planteadas al índice original van en sentido correcto, aunque es difícil discutir las magnitudes. Con excepción de los precios del sector de energía, gas y agua, donde la corrección en el cómputo de los subsidios se reflejó en una caída en sus precios, casi todos los sectores reflejaron aumentos en relación con el registro del Indec intervenido. Incluso en aquellos precios de servicios con alto componente de la oferta pública, donde los precios lucían ya altos en la primera versión de la base 2004 y bien por encima de cualquier dinámica contrastable de precios y/o de salarios, como los precios de la administración pública, los de la enseñanza y los de la salud, con subas superiores al 1.100% frente a un deflactor del consumo de 637% y un deflactor del PIB de 712%.
Esta nueva dinámica de la economía con mucho más precio y mucha menos cantidad señala un cambio radical en la lectura de la economía cuando se analiza a precios constantes de 2004 y a precios corrientes. Los datos de 2015 a precios corrientes muestran que la inversión es 15,9% del PIB, el consumo público de 18,2% del PIB (razonable, teniendo en cuenta que más de la mitad del gasto de la Nación y las provincias son transferencias directas a familias y empresas y obra pública), el consumo privado 65,8% del PIB, y las exportaciones netas, -0,8%. A precios constantes, la inversión es 19,7% del PIB, el consumo público 13,4%, el consumo privado 72,4%, y las exportaciones netas, -5,5%.
Esta diferente lectura de la economía a precios corrientes y constantes debería ser revisada, al igual que algunos de los números contraintuitivos que se publicaron en la última medición (el consumo cayendo sólo 0,1% en el segundo trimestre, o las fuertes diferencias entre las series originales y desestacionalizadas del EMAE, -2,6% y -4,3% interanual respectivamente en agosto).
Para concluir, es loable la rapidez con que se rearmó el sistema estadístico luego del traspié inicial. También es evidente el trade off entre lo mejor y lo más rápido. Hacía falta ir rápido, pero en esa rapidez no debe olvidarse que los estimadores deben ser, por definición, insesgados: no deben tener sesgo para ningún lado. No vaya a ser que la ansiedad por la rapidez en conseguir los resultados y la necesidad de reconstruir la historia pierdan en el camino este objetivo, aprovechando la credibilidad que hereda el virtuoso frente al anterior mentiroso, al reescribir un pasado que había sido alterado adrede.
(*) Directores del Estudio Bein & Asociados.