Problema de hoy: Banco Central sin autonomía

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Redacción Fortuna

depabloOpinión. Por Juan Carlos de Pablo*|

Desde que el mundo es mundo los gobernantes de turno necesitaron fondos para financiar sus gastos (en el caso de los reyes, guerras, regalitos para sus amantes, etc. En el caso de los presidentes o primeros ministros modernos, burocracia, seguridad social, defensa, flota de aviones, etc.).

Rara vez los poderosos pudieron financiar la totalidad de sus gastos con el producido de los impuestos. Particularmente cuando surgieron gastos extraordinarios (guerras) o fuerte caída de la recaudación real, por inflación o recesión.

En tales ocasiones los poderosos acudieron a los que consideraban “sus” bancos. El Banco de Inglaterra, fundado en 1694 por un conjunto de comerciantes que buscaron sistematizar los “mangazos” del rey de turno, forzó a que en 1797 éste declarara la inconvertibilidad de la libra esterlina, cuando los militares ingleses embarcados en las luchas napoleónicas no tenían tiempo para consultar si la Corona tenía saldo acreedor en el banco antes de emitir cheques para comprar pólvora, espadas, etc. ¿Cómo hacían los Rothschild para resistir la presión de los poderosos?

La historia argentina de la relación entre los presidentes y gobernadores y los bancos provinciales, muestra que también aquellos consideraron a estos “sus” bancos. Sin ir más lejos, el Banco de la Nación Argentina fue fundado en 1891 con fuertes restricciones con respecto a la posibilidad de prestarle al gobierno nacional, porque nació de las cenizas del Banco Nacional, creado en 1872 y liquidado durante la crisis de 1890.

En 1935 el Banco Central de la República Argentina nació mixto porque, en palabras de su primer gerente general Raúl Prebisch, “si hubiera nacido estatal habría tenido fuertes problemas de credibilidad”. Fue estatizado en 1946, puesto al servicio de la política económica de entonces, y no sorprendentemente apareció la inflación como fenómeno local, separada de lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo.

La privatización de los bancos provinciales verificada durante la década de 1990 mostró que los créditos otorgados por las referidas instituciones financieras, habían tenido como beneficiarios a los estados provinciales y a algunos empresarios que usufructuaron su proximidad a los diversos gobiernos provinciales.

Todo este introito sirve para mostrar que la idea de otorgarle autonomía al Banco Central no es una idiotez, como pretende plantear el oficialismo. Por el contrario, dada la pesada historia en materia de manotazos, licuaciones, corralitos, corralones, etc., algunos pensaron en aislar a algunas porciones del sector público, del alcance… del propio sector público. Esto, que parece ilógico, es lo que está en la base de la división de poderes, dentro de un mismo Estado.

El referido a la autonomía del Banco Central es un debate eterno, que en las últimas décadas se ha planteado en muchos países. Pero el sentido de estas líneas no es abstracto o mundial, sino que tiene que ver con un “aquí y ahora”. Porque la cuestión que nos interesa a los argentinos es qué le puede llegar a ocurrir al actual Banco Central, dadas las ideas que tiene el Poder Ejecutivo referidas a cómo conducir la política económica de aquí hasta fines de 2011.

A fines de 2009 Néstor Kirchner dijo que pretende que en el año que acaba de comenzar el PBI real crezca 7% para lo cual, junto a rezar para que Brasil y China sigan creciendo y por consiguiente aumentando nuestras exportaciones, y que también el clima no estropee la producción primaria, aumentará la demanda agregada interna “inyectando fondos en las calles”.

Al ex presidente de la Nación, actual diputado nacional y esposo de la presidenta, hay que tomarlo en cuenta, no solamente porque cuando en Argentina alguien quiere saber algo del presente y el futuro de la política económica no mira al Palacio de Hacienda sino a la quinta de Olivos (y no precisamente al atril presidencial), sino también porque este anuncio es congruente con las últimas medidas de política económica.

En efecto, el Poder Ejecutivo dejó en claro que las reservas del Banco Central serán utilizadas para pagar compromisos derivados de la deuda pública ¡aunque el Tesoro consiga fondos frescos! Es decir, el Estado se gastará todo lo que tiene, todo lo que pueda conseguir, y también todo lo que no tiene.

Y si para ello debe recurrir al Banco Central, no solamente para apropiarse de parte de sus reservas sino también para emitir moneda lisa y llana, lo va a hacer. Porque, como dice el oficialismo, el Banco Central forma parte del gobierno de turno, es decir, del proyecto político y económico de Cristina y Néstor Kirchner. En otros términos, para el actual Poder Ejecutivo el Banco Central funciona como la “Dirección nacional de financiamiento inflacionario del déficit fiscal”.

En Alemania, en 1923, el Banco Central era autónomo (su presidente, Rudolf Havenstein, en 1908 había sido nombrado a perpetuidad, y resistía las presiones para que renunciara). Havenstein tenía la peregrina idea de que el único problema que había con la inflación era la velocidad con la que se imprimían billetes, que como los alemanes resolvieron con su eficiencia característica, hicieron que durante la primera quincena de noviembre de 1923 los precios subieran a un ritmo de 36% ¡por día! Dios se apiadó de los alemanes, porque Havenstein falleció y Hjalmar Schacht pudo terminar con la hiperinflación alemana.

No es el caso de Argentina 2010. Nadie piensa que en nuestro país, hoy, Martín Redrado es el obstáculo para implementar “la política económica que le conviene al país”. De manera que aquí y ahora la cuestión no es la de la autonomía del Banco Central, sino la de la medida en que la genialidad que se le ocurrió al ex presidente de la Nación, no se pueda llevar puesta lo poco que queda de la referida autonomía (y, llegado el caso, hasta al propio presidente antes de que venza su mandato el próximo 24 de setiembre, para ser reemplazado por un “soldado -o soldada- de la causa”).

9/1/2009

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