Las huellas detrás del derrumbe financiero en Nueva York

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Redacción Fortuna

pablocalviAnálisis. Por Pablo Calvi * |

Octubre de 2008 fue un mes soleado y caluroso, quieto. Lehman Brothers acababa de desplomarse y 2009 ya se anticipaba como un año difícil para Nueva York. Por aquellos días todavía buscaba departamento en Williamsburg, una de las zonas más hipeadas de Brooklyn. Con mi mujer salíamos prácticamente todos los fines de semana en una metódica recorrida a pie, desde el McCarren Park hasta la North 6, metiéndonos a visitar una a una las oficinas de ventas tanto de grandes torres como de pequeños desarrollos, un total de casi 180 nuevos emprendimientos inmobiliarios en una zona que no supera los cuatro kilómetros cuadrados.

Con el boom inmobiliario y lo prohibitivo de los precios en Manhattan, Williamsburg se había convertido en la primera opción para jóvenes profesionales, brokers y emprendedores que quisieran mantenerse a pocas estaciones de Wall Street. Y, claro, durante casi siete años el barrio fue la meca para las empresas inmobiliarias en la ciudad.

Fueron realmente pocos los que anticiparon lo que se venía. Hunter Frick, ejecutivo de ventas de Halstead Properties, posiblemente la mayor de las inmobiliarias neoyorquinas, me decía por entonces que el panorama no estaba tan mal. Steelworks, un condominio de súper lujo que bajo el ala de la empresa recién comenzaba a buscar compradores, parecía marchar viento en popa. "Nueva York es la última en caer y la primera en levantarse", se ufanaba Frick, espantándome las preguntas como pájaros mal agüero. ? A pesar de que hay mucha oferta en la zona, acá en Williamsburg hay muchísimo movimiento, es casi toda gente de Wall Street la que viene a preguntar?. En Steelworks, un dos ambientes no bajaba de los U$S 700.000, 20% de anticipo y el resto financiado a 20 o 30 años. Curiosamente, el número no parecía tan alto si se lo comparaba con lo que costaban algunas propiedades similares en Manhattan.

Creo que nos dimos cuenta que la ciudad había recibido el tiro de gracia casi 2 meses después de la caída de Lehman. A fines de octubre, el buró de estadísticas laborales de Nueva York reportó una pérdida de 16.000 puestos de trabajo sólo en Wall Street. Para dar una idea del impacto, un empleado automotriz en Detroit gana un promedio de entre 50.000 y 75.000 dólares anuales. En Wall Street, las primas anuales promedio representan casi 10 veces más, entre 600.000 y 700.000 dólares. Ya para noviembre, Wall Street había despedido a más de 100.000 empleados. Sus sueldos, cientos de miles de millones de dólares, dejaban de fluir no sólo hacia el negocio inmobiliario, sino hacia incontables restaurantes de alta gama, tiendas de ropa, cines, concesionarias de automóviles, empresas de turismo y todas las diferentes industrias pequeñas y medianas que se mueven en la ciudad. El golpe, sin dudas, fue tremendo.

Con mi mujer dejamos de buscar departamento en noviembre. Y no fuimos los únicos. Hoy Steelworks sigue allí, en proyecto. Las ofertas jamás llegaron y la construcción se detuvo antes de comenzar. Desde hace meses Halstead negocia con los inversores una nueva opción, crear condominios ultrabaratos para alquiler, aunque su futuro es incierto.

A un año de su comienzo, sin embargo, la crisis parece haber comenzado a amainar. Wall Street viene de dos meses espléndidos y algunos economistas ya dicen ver la luz al final del túnel. Varios incluso se animan a salir de compras otra vez y hasta los precios de las propiedades, que tocaron su piso en febrero, han comenzado a recuperarse.

Claro, a muchos de los que vivimos por aquí nos va a resultar difícil olvidar que en algún momento pisamos el borde del abismo. Pero, es verdad, Nueva York siempre es la primera en levantarse. Aunque eso sí, todavía le falta un buen rato para volver a caminar.

* Periodista, colaborador de New York Daily News. Master en Periodismo de la Universidad de Columbia. Ganador del premio Pulitzer Travelling Fellowship.

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