Créditos al 0,01%

Por Dante Caputo

Redacción Fortuna

El último artículo del año, suerte de balance de lo sucedido en 2011, resaltaba el poder del dinero para modelar la política. Como ésta, algunas afirmaciones graves ya no generan sorpresa ni reacción.

Hay dos maneras para volver intrascendente una cuestión: se la guarda en un secreto total o se hace lo contrario, convirtiéndola en un lugar común. Ernesto Sabato decía que los lugares comunes esconden, mediante una agotadora exhibición, los dramas de la humanidad.

“No somos nada.” La fórmula, incansablemente repetida en velorios y entierros, contiene una de las cuestiones más estremecedoras de los humanos, la conciencia de la muerte.

Para volver a sorprenderse, a menudo hay que volver a demostrar lo común. De eso trata este artículo: la asimetría con que los Estados salvan a los poseedores del dinero en lugar de cuidar el destino de las grandes mayorías. Como seguramente ya se habrá acostumbrado, lector, trataré de mirar esta cuestión no tanto desde el punto de vista de la moral, sino más bien del poder, que como se sabe son –en la práctica– asuntos distintos. El ajuste fiscal extremo al que son sometidos algunos países europeos, como consecuencia de los acuerdos gestados en la Unión Europea y promovidos por el FMI, finalmente muestran sus resultados.

Hace sólo un mes, el FMI expresó la necesidad de que las medidas de austeridad se aplicaran con rigor y urgencia. De otro modo, Grecia se precipitaría en un desastre.

El nuevo primer ministro de ese país, Lukas Papademos, puso manos a la obra y efectivamente los resultados saltan a la vista.

La desocupación llega al 18,8%. Es un aumento de 40% en los últimos meses. La situación de los servicios públicos se deteriora a diario: hospitales sin jeringas y sin vendas, salas de operaciones vacías por falta de recursos. A la vez, como indica el Washington Post, las tasas de suicidio, de crimen y de sida se incrementaron notoriamente.

Efectivamente, “no somos nada”.

Lector, usted recuerda estas historias cuando sucedían entre nosotros, en Argentina y en toda América latina. Yo pensaba, quizás usted también, que la brutalidad de las políticas que nos imponían respondía en gran parte a nuestra condición periférica. Las entendía como condicionalidades para los subdesarrollados. Lo que pasaba se explicaba más por quién era el destinatario de las medidas y las condicionalidades que por el autor. Pero no era así. La explicación está en el autor, en su inmenso poder y en la ausencia de todo límite a su poder. Nada los traba. Ni la política ni los reclamos, y mucho menos la moral. Palabra, esta última, más bien asociada a la debilidad que a la fortaleza del espíritu.

Este es el poder del dinero al que me refería en el balance de fin de año. En Italia ya no es ni la derecha de Berlusconi ni la izquierda quien gobierna. Son, literalmente, los empleados de los especuladores. En Grecia, no cayó un socialdemócrata para que retornara la derecha. En el Banco Central Europeo, la discusión interminable sobre la sucesión de Jean-Claude Trichet tuvo fin. Ahora lo administra otro empleado de los especuladores, Mario Draghi.

Para que el término especulador sea preciso, le aclaro que se trata de individuos, generalmente organizados en instituciones llamadas bancos de inversión, que con el dinero generan más dinero, sin que en ese proceso se cree riqueza alguna.

Para que esa lógica se cumpla, hace falta saber saltar de oportunidad en oportunidad, comprar barato y esperar para vender caro. Por supuesto, comprar y vender lo que fuere. La condición necesaria para que el sistema funcione es que los precios varíen y que la relación entre ellos, los precios relativos, también. Por ejemplo, la semana pasada, el precio de tres cigarrillos era igual al de un café. Hoy por un café puedo comprar cinco cigarrillos. Esta es la oportunidad. Cuando los precios relativos cambian, el especulador gana.

Pero para estar más seguro, son necesarias dos condiciones. La primera, promover las variaciones de precios relativos, para lo cual es útil tener influencia sobre el que decide las políticas públicas. La segunda, evitar que la estabilidad en los precios relativos haga perder la oportunidad de ganancias.

Por cierto que una de las variaciones más codiciadas es el precio del dinero, es decir, la tasa de interés y los cambios en la paridad de las divisas.

La crisis norteamericana se generó así. A partir de la “burbuja especulativa” en la actividad inmobiliaria, como lo admiten todos. Ahora se trata de que los costos no sólo no sean pagados por los responsables, sino que la salida de crisis genere nuevas oportunidades de ganancias.

En caso de que se pueda pensar que en este relato hay más opinión que datos, sugiero visitar un sitio de Internet, http://bit.ly/Bloomberg-Fed-Data. Encontrará, para su horror, 20 mil páginas de números en tablas Excel. Los datos recogen las 50 mil transacciones de la Reserva Federal hechas entre 2007 y 2009 para salvar a los bancos (autores de la crisis) de la bancarrota. La información sigue lo que sucedió esos dos años, día a día, banco por banco. Le aseguro que allí no hay ni poesía ni ideología que contamine las cifras.

Una de las conclusiones que se pueden sacar de esos datos es que préstamos hechos en un día pico (5 de diciembre de 2008) por un monto de 1,2 billones de dólares (1.200.000 millones de dólares, algo más de tres PBI de Argentina) se aplicó a los bancos una tasa de interés de 0,01%. Sí, 0,01% para bancos que estaban literalmente quebrados.

Esto, como usted sabe, es una tasa negativa ya que es menor que la inflación de Estados Unidos. Mientras tanto, los dueños del dinero les piden a los europeos hasta 9% por montos mucho menores que el anterior. Obviamente, a eso se agregan las condicionalidades que llevan a ocupar la jefatura de los gobiernos a su propia gente.

En un artículo reciente, el ex primer ministro francés Michel Rocard recuerda una frase del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt: “Estar gobernado por el dinero organizado es tan peligroso como estarlo por el crimen organizado”.

En fin, lector, de esto, en buena parte, se genera la crisis de la democracia: una cosa es el voto, otra cosa es el poder.

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