Si devalúan, ¿quiénes ganan y quiénes pierden?

Por Ceferino Reato (*) | La crisis de 2001/2002 enseña que nunca se puede saber a qué precio se irá el dólar. Una cosa es segura: asalariados y jubilados pierden.

Redacción Fortuna

La megadevaluación iniciada el domingo 6 de enero de 2002 nos muestra qué puede suceder cuando Cristina Kirchner o, más probablemente, su sucesor, solucione el atraso cambiario, eufemismo que, a esta altura, todos traducimos como “una fuerte devaluación”.

A Jorge Remes Lenicov, en tanto nuevo ministro de Economía, le tocó el trabajo sucio de salir de la Convertibilidad, es decir de la paridad entre el peso y el dólar, a través de la pesificación asimétrica y de una devaluación que, en 2002, llegó al 240 por ciento.

En una entrevista para mi libro “Doce Noches”, Remes Lenicov explicó por qué la Argentina recurre periódicamente a grandes devaluaciones para ganar competitividad y licuar el gasto público.

Porque uno podría suponer que lo más razonable sería aplicar un remedio más localizado para mejorar la rentabilidad de los exportadores, disminuir el déficit fiscal, achicar la deuda pública o bajar los costos internos.

“En las apariencias —explica Remes Lenicov— es más desprolija una devaluación que una caída del 20 por ciento del salario o un 25 por ciento de desocupación. Optamos por la devaluación porque permite realizar los ajustes de los precios relativos de una manera menos traumática y más potable desde el punto de vista político, social y económico”.

En otras palabras: a la hora de pagar la fiesta, el costo se reparte entre toda la sociedad. Eso en términos generales porque, como me dijo el economista Juan Carlos Pablo, cuando se produce este tipo de movimientos “conviene ir pensando en quienes serán los perdedores y los ganadores”.

Es cierto que aquella megadevaluación fue el corolario de una gran crisis que estalló en diciembre de 2001, más precisamente a principios de aquel mes, cuando el gobierno del presidente Fernando de la Rúa dispuso el corralito bancario.

“Una crisis —señaló De Pablo— es como un diluvio universal: la mayoría sufre, pero algunos consiguen entradas para el Arca de Noé y se salvan. Toda crisis es una tragedia, pero algunos sobreviven y otros hasta logran ganar mucho dinero”.

De Pablo citó a sus colegas Gerardo della Paolera y Alan Taylor, quienes, en el libro “Tensando el ancla”, sostienen que son tres los posibles pagadores de una crisis:

· Los tenedores de pesos a través de una devaluación o la inflación, o una mezcla de ambos.

· Los tenedores de bonos por la vía del default.

· Los contribuyentes a través de nuevos impuestos o de aumentos en los que ya existen.

En la gran crisis de 2001 perdieron los “tenedores de pesos” —los asalariados y los jubilados en primer lugar— a través de una mega devaluación, que a mitad de 2002 se acercó al 300 por ciento. El salario real cayó un 25 por ciento y los jubilados perdieron el 30 por ciento de su poder de compra.

Además, con el corralito bancario perdieron los pequeños y medianos ahorristas.

Remes Lenicov fue muy realista: “Yo no conozco una crisis donde los trabajadores se hayan beneficiado. Siempre prevalece la necesidad ante una crisis, y alguien le pone más o menos justicia. Nosotros pusimos la mayor cuota de justicia dentro de lo posible. Lo que hicimos no comprometió el futuro; por el contrario, las medidas que implementamos permitieron salir rápidamente de la crisis”.

Los ganadores, como sucede en toda devaluación, incluyeron en primer lugar a los exportadores: a los productores agropecuarios y a quienes vendían energía al exterior (hace trece años, no teníamos que importar petróleo).

El presidente ya era el peronista Eduardo Duhalde, quien consideró que “todas las devaluaciones son una macana: empobrecen a toda la sociedad y mucho más a los que menos tienen. Pero en aquel momento yo no veía una salida mejor; ahora, sigo pensando lo mismo. Yo tenía muy claro que había una sola salida: la Argentina productiva”.

Las devaluaciones también benefician a quienes producen para el mercado interno porque levantan una barrera contra los productos importados, que se encarecen súbitamente.

Otra de las enseñanzas de la megadevaluación de 2002 es que se sabe como comienzan, pero no como terminan. El Día de Reyes, un Remes Lenicov de saco blanco porque no había tenido tiempo ni de cambiarse anunció la defunción del 1 a 1 con una devaluación del 40 por ciento: 1 dólar, 1 peso con 40.

Pero el dólar se disparó rápidamente y el 13 de abril de 2002 ya había saltado a 3 pesos.

Ahora, se habla de un dólar entre 12 y 16 pesos para marzo. Es difícil saber cuál será, finalmente, el precio porque dependerá de muchos factores, incluidas la solidez política y la habilidad de quién la concrete.

Obviamente, Cristina no querrá corregir el atraso cambiario que su gobierno provocó porque sería admitir que su política económica ha sido un fracaso, en especial en su segundo mandato, como todos los indicadores muestran.

Si le toca al sucesor de Cristina, la legitimidad popular de su reciente triunfo electoral debería ayudarlo, aunque tendrá que convencer a todos de que la devaluación es un remedio inevitable, pero que no habrá otra dosis dado que la cura estará asegurada.

(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es “Doce Noches”.

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