Por Otaviano Canuto /El actual director ejecutivo del Banco Mundial analiza qué se necesita para poner a Brasil en la senda hacia la sostenibilidad fiscal.
Brasil protagonizó la elección más trascendental desde el final del régimen militar, hace más de tres décadas. La política local mostró una disfuncionalidad preocupante, pero la gestión del próximo gobierno dependerá de su agenda de reformas económicas.
Uno de los desafíos económicos más importantes que enfrenta Brasil es el anémico crecimiento de la productividad, que limitó el potencial de crecimiento del país. Como la producción por empleado viene aumentando apenas un 0,7% anual en promedio desde mediados de los noventa, más de la mitad del crecimiento del ingreso per cápita durante las últimas dos décadas se debe al incremento del porcentaje de población económicamente activa. Pero el veloz envejecimiento de la población pronto detendrá ese motor de crecimiento.
El débil incremento de la productividad se debe en parte a la falta de apertura comercial, que limita el acceso de las empresas brasileñas a insumos y tecnologías extranjeros, sumada a dificultades para una competencia efectiva en el plano interno. Además, una infraestructura logística deficiente, divergencias en los regímenes tributarios de los estados (provincias) y la concesión de subsidios a determinadas empresas permiten a firmas menos eficientes sobrevivir y retener recursos, lo que reduce la media de productividad.
Para resolverlo, las autoridades deben dar apoyo al sector privado, fortaleciendo la adopción y difusión de tecnologías avanzadas, en vez de compensar los altos costos internos. Además, hay que dar a los emprendedores un entorno de negocios más favorable, lo que incluye la reforma del complejo y desequilibrado sistema tributario.
También se necesita un aumento de la inversión en infraestructura, y una reforma de la intermediación financiera, para que las condiciones de financiación estén mejor alineadas con los proyectos de inversión.
Brasil también necesita un importante ajuste fiscal. Mientras la productividad y el potencial de crecimiento económico crecían a paso de tortuga, hubo un marcado aumento del gasto público real (ajustado por inflación), que creció de menos del 30% del PBI en los ochenta a alrededor de 40% en 2017 (esto incluye un incremento del 68% entre 2006 y 2017). Y sin embargo, la inversión pública (incluida la inversión en infraestructura) se redujo: el año pasado no llegó al 0,7% del PIB.
Como la recaudación impositiva se vio afectada por la reducción del PBI en 2015-2016 y por la frágil recuperación macroeconómica posterior, el resultado fiscal primario como proporción del PBI empeoró más de cuatro puntos porcentuales.
Para frenar el veloz aumento de la deuda, en 2016 Brasil aprobó una enmienda constitucional que puso un techo al gasto público por los próximos veinte años. Si las autoridades consiguen respetar esta norma –o logran combinar recortes de gasto con ingresos tributarios para mejorar el resultado fiscal primario un 0,6% del PIB por año– la deuda pública podría volver a una trayectoria sostenible en un decenio. Pero la clave del éxito es aplicar recortes de gasto inteligentes. El Banco Mundial ya identificó áreas que admitirían recortes: seguridad social, nóminas de empleados públicos, subsidios y exenciones fiscales. Reducir el gasto en estas áreas aliviará la presión sobre el presupuesto público y puede crear margen para otros tipos de gasto público más productivos.
Lo más importante es que esos recortes tendrán consecuencias mínimas para los brasileños más pobres. De hecho, en materia de reforma impositiva, hay medidas que no sólo pueden contribuir a mejorar el ambiente de negocios, sino que también ayudarán a reducir las desigualdades sociales inherentes al sistema actual.
En pos de mejorar la productividad y reequilibrar el presupuesto, la dirigencia brasileña también debe encarar una reforma de la gobernanza del sector público. En la actualidad, la provisión de servicios públicos en numerosas áreas –que incluyen salud, educación, combate a la violencia, infraestructura, transporte y logística, y gestión de recursos hídricos– es sumamente ineficiente.
El futuro de Brasil depende de la implementación de reformas económicas inteligentes, graduales y coherentes que faciliten el crecimiento de la productividad y pongan al país en la senda hacia la sostenibilidad fiscal.
*Ex secretario para Asuntos Internacionales del ministerio de Finanzas de Brasil, actual director ejecutivo del Banco Mundial.
Copyright: Project Syndicate, 2018