Análisis: A diez años de los noventa

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Redacción Fortuna

Qué deja la primera década de este siglo, que impone pasar al archivo males y virtudes noventistas para analizar, en cambio, costos y beneficios del nuevo modelo. El inevitable espejo de Brasil y el desafío a la teoría del derrame.

desimonePor Carlos De Simone *

Hace diez años que Menem dejó el poder y ocho que De la Rúa dejó de no poder. Por estos días finales de 2009 está claro y más que explicado el concepto de que en la Argentina de hoy la política le mete ruido a la economía (la mayor predicción sería determinar en qué momento será también económico el problema, que lo será), pero hace diez años la expectativa era distinta.

Diciembre de 1999 marcó el principio de varios finales: el fin de una década, el final del menemismo, el fin de la convertibilidad. Aun cuando los entonces recién asumidos De la Rua-Machinea, como Presidente y ministro de Economía, ni amagaban con salir del “1 a 1”, los gérmenes de la crisis económica por venir, algunos más y otros menos visibles, realizaban su tarea. Hacía casi dos años que había comenzado el proceso recesivo y que el mantenimiento de la convertibilidad, entre otras cosas, implicaba cada vez mayor déficit de las cuentas públicas.

El menemismo cerró su administración en 1999 con las provincias acumulando un déficit de más de 4.000 millones de pesos-dólares. Uno podría adentrarse (¿una vez más?) en constatar cuál de todos los males que dejó el menemismo fue el más perenne (y cuál de sus virtudes la más valiosa) o reiterar consideraciones sobre el dudoso oportunismo de la tablita impositiva de Machinea. Pero pasaron diez años. Pasó mucho.

Por más que algunos análisis y discursos pretendan dar la sensación de que fue ayer nomás y que “Los 90” son un Alien, una amenaza posible que acecha a la vuelta de la esquina intentando volver, la realidad marca una distancia indescontable en el tiempo local y global.

El tema es cómo estábamos y cómo estamos y qué hicimos. En ese sentido, revisar las estadísticas premite comparar escenarios y quizás ayude a encontrar algunas certezas sobre cómo le fue a esta economía que ha pasado por 10 ministros (Machinea, López Murphy, Cavallo, Remes Lenicov, Lavagna, Miceli, Peirano, Lousteau, Fernández y el actual Boudou) y un default.

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Hoy que Brasil es inevitable referencia positiva, cotejar también la dinámica de sus estadísticas de la última década permite mensurar similitudes, diferencias y abismos con nuestro país. Más allá de que sólo en este último rubro el principal integrante del Mercosur lleva consumidos sólo tres ministros de Hacienda (Pedro Malan, Antonio Palocci y el actual Guido Mantega), es obvio que no reside allí la causa por la que hace sólo diez años el PBI brasilelño era poco más de dos veces el argentino (u$s 586 mil millones contra u$s 283 mil millones) y hoy lo multiplica casi por cinco (u$s 1,4 billones contra unos u$s 300 mil millones). O por qué, si se mide el PBI per cápita (precios corrientes en u$s) , se puede concluir en que mientras hoy a cada brasileño le corresponde un 122% más que una década atrás, cada argentino retrocedió un 3,6%.

Justo es decir que en algunos rubros como el desempleo o política monetaria uno y otro país han tenido tendencias similares. Mientras la Argentina registra un descenso en el índice de desempelo del 4 ó del 2,3% (según sea la medición oficial o la de consultores privados), Brasil ve reducida la tasa de población sin trabajo un 2,1% en el mismo período medido.

Deuda externa y reservas, también unifican criterios. En esos rubros puede comprobarse que el mentado desendeudamiento argentino es en la realidad de apenas 7,8% en estos diez años mientras que Brasil alcanza un 20 % de reducción en su deuda externa y sorprende con un contundente aumento de sus reservas de 540%, rubro en el que nuestro Banco Central ostenta un notorio 75% de saldo superior al de hace una década.

A la hora de medir la cantidad de pobres, se comprueba con contundencia cómo el debatido rol que en los últimos años viene teniendo el INDEC puede llevar a importantes distorsiones y hace inevitable recurrir a las mediciones no oficiales. Más aun, muchos estudiosos temen que la falta de confiabilidad de las cifras oficiales sea menos grave hoy, cuando los datos son más o menos recientes, que dentro de cincuenta o cien años.

“¿ Qué va a pasar cuando un estudiante de historia económica descubra que el país tiene un período en blanco, un bache generado por estadísticas apócrifas a las que no podrá recurrir para un aprendizaje o análisis riguroso”?.

Esa medición del índice de pobreza es toda una revelación. Según el INDEC, entre 1999 y 2009 hay un 12,8% menos de argentinos pobres, pero si se toman las estadísticas privadas o académicas más confiables se concluye en que la pobreza creció un 10% con respecto a 1999. Obvio es que entre uno y otro porcentaje hay un abismo por el que se desbarrancan o sobreviven familias enteras. Y, obvio tambén, no es lo mismo administrar las cuentas públicas, gestionar educación, salud o seguridad con eficiencia según haya 4 millones más o menos de pobres. Los caminos que concluyen en un buen resultado difícilmente tengan su punto de partida en una premisa errónea.

Comparar las cifras del crecimiento de la economía brasileña en su conjunto y su relación con el descenso de la pobreza puede ser tan decepcionante como motivador.

Los datos duros dicen que el 31% de la población (algo asi como 57 millones de habitantes) es pobre. Lo escarpado de la cuesta a remontar lo refleja el dato de que por cada 10 escalones de crecimiento de la economía de ese país, el nivel de probreza se redujo apenas un punto en lo que va del nuevo siglo, lo que demuestra no sólo que para una política sistemática de lucha contra la pobreza el crecimiento sustentable en el tiempo es un imperativo categórico, sino que en materia de distribución de ingresos aún queda mucha tarea por hacer también para el exitoso modelo brasileño.

* Director de Revista Fortuna

25/12/2009

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