Inversión extranjera: hora de barajar y dar de nuevo

Por Jorge Vasconcelos | La visita del presidente Obama a la Argentina forma parte de un cúmulo de señales, que arrancaron en Davos en enero vinculadas al creciente interés que despiertan en países desarrollados los cambios que se producen en el país. 

Redacción Fortuna

La visita del presidente Obama a la Argentina forma parte de un cúmulo de señales, que arrancaron en Davos en enero, vinculadas al creciente interés que despiertan en países desarrollados los cambios que se producen en el país. No cabe esperar que esto se traduzca en cuantiosas inversiones en lo inmediato, por dos motivos principales.

Por un lado, el mundo está muy lejos de vivir un auge y, por el otro, la Argentina todavía necesita consolidarse en lo institucional y, simultáneamente, adquirir un perfil más nítido en lo que habrá de ser su nuevo modelo de desarrollo. Aun así, la carencia de inversiones que sufrió el país en años anteriores dio lugar a “demanda insatisfecha” que abre oportunidades, al tiempo que dejar atrás el esquema de “capitalismo de amigos” puede generar una oleada de interés en empresas que, por ese motivo, se habían mantenido al margen. En este escenario, es clave no repetir las malas experiencias de México y Brasil, que no pudieron convertir la inversión extranjera en motor de la productividad agregada, debido a que las radicaciones quedaron confinadas a enclaves de exportación en el primer caso y a proyectos puramente “mercado-internistas” en el segundo.

Por el momento, la renovada atracción que está logrando la Argentina tiene un contenido más político que económico. Es que el resultado de las elecciones de fin de 2015 fue un “punto fuera de la línea”, en una región en la que los gobiernos de sesgo populista lograban continuidad a través de sucesivos comicios. En este sentido, Macri fue una “rareza política”, porque su triunfo ocurrió antes y no después que estallaran los desequilibrios económicos propios de las gestiones anteriores. Lo “normal” en la región fue que, por ejemplo, Dilma lograra su reelección en 2014 y lo “excepcional” fue que aquí la administración saliente no pudiera garantizar su continuidad. Por ende, el desafío del actual gobierno viene por triplicado: revertir los desequilibrios heredados sin que el ajuste le quite el apoyo popular; hacerlo sin mayorías en el Congreso y convencer a los inversores de que las nuevas reglas de juego no habrán de ser revertidas después de 2017 o 2019.

Existe un gran terreno por recuperar en materia de inversión extranjera directa(IED). Años atrás, la Argentina capturaba el 12 % del flujo anual de IED dirigido a América del Sur, participación que cayó a 5,5 % según los últimos datos. Con sólo retomar aquel market share, el país podría aspirar a una corriente adicional de capitales de 7,5 mil millones de dólares/año.

Sin embargo, la inversión extranjera directa no es la panacea si las reglas de juego locales no están bien diseñadas. Un estudio de economistas brasileños (Edmar Bacha/Regis Bonelli: “Coincident growth collapses; Brasil and México since the early 1980s”) encontró que el limitado impacto sobre la productividad agregada que tuvo la IED en México y Brasil se explica por vías distintas pero convergentes. En México, la apertura de la economía fue exitosa para el desarrollo de enclaves de exportación, pero no se logró una verdadera integración doméstica, con cambio estructural en el desempeño de las pymes y de la informalidad, que es lo que hubiera permitido una dinámica ascendente para la productividad agregada.

En Brasil, en cambio, hubo avances en reducir la informalidad y en la capacidad de competir de las pymes, pero las grandes firmas industriales tuvieron más incentivos para concentrarse en el mercado interno que para salir a exportar, lo que terminó siendo un lastre para su productividad. La propuesta de Bacha y Bonelli es avanzar de modo simultáneo en integración doméstica e internacional.

Las lecciones que surgen de los casos de México y Brasil pueden ser aprovechadas, ya que la inversión entró en el país en modo “pausa” a partir de 2012, lo que haría menos traumática una reconversión productiva en función de nuevas reglas de juego. Justamente, la Argentina es hoy una excepción en un mundo caracterizado por los excesos de endeudamiento y de inversión en actividades que han perdido rentabilidad.

¿Qué ventajas competitivas pueden ofrecerse? Hay que partir de la base de que el país no tiene costos laborales bajos, ya que la relación de salarios en dólares con México es de 2,5 a 1. Tampoco es sencillo encarar proyectos capital-intensivos, porque aun después de la eventual salida del default el riesgo país seguirá siendo uno de los más elevados de la región. Y las ventajas basadas en la abundancia de recursos naturales ahora están cuestionadas por la desaceleración de China.

Existen atractivos, de todos modos. La “demanda insatisfecha” por años de desinversión está en el podio. Es el caso de logística y transporte, distribución y generación de energía y también de la llamada infraestructura social. Un sendero ambicioso de crecimiento para el país requiere una tasa de inversión del orden de 25% del PBI y, recientemente, un estudio publicado por la Cámara Argentina de la Construcción precisa que, dentro de ese ratio, habría que incluir 8,5 puntos del PBI destinados a la infraestructura social y de producción. Se trata de una cifra inalcanzable para fondos exclusivamente estatales, por lo que cabe preguntarse cómo involucrar al capital privado. Queda claro que ese objetivo es imposible bajo un régimen de “capitalismo de amigos”, como lo muestran en forma fehaciente los casos de Brasil y de la Argentina.

Primero, porque los beneficiados por los contratos no aportan fondos propios, sino que reciclan partidas presupuestarias. Segundo, porque la proliferación de estas prácticas aleja a empresas que sí podrían aportar tecnología y financiamiento. Tercero, porque la productividad del capital se resiente bajo esas condiciones, impidiendo cualquier tipo de círculo virtuoso.

Así como el avance del “capitalismo de amigos” ha reducido el crecimiento potencial de nuestros países, habría un salto cualitativo si esa etapa quedara atrás, por la irrupción de nuevos actores y el efecto multiplicador de inversiones efectuadas en un contexto competitivo.

El desafío para el Gobierno es “barajar y dar de nuevo”, para alinear los incentivos a favor del empleo privado. Una forma de superar el sesgo anti-exportador en que cayó Brasil (también lo hizo la Argentina) es cerrar acuerdos comerciales con la Unión Europea y con los países de la Alianza del Pacífico. Para evitar la persistencia de la fragmentación interna (la experiencia mexicana), la clave es que la inversión en infraestructura social y productiva tenga un diseño en red y federal, así como la reconversión de instituciones (Senasa, INTI, INTA, enseñanza técnica, universidades).

Actualizar mecanismos como el “compre nacional” será útil, siempre que se apunte a corregir “fallas de mercado” preexistentes, alentando la innovación y la formalización de las pymes. Y, muy especialmente, que en las llamadas provincias pobres avance la agenda del empleo productivo, en detrimento del clientelismo.

*Investigador jefe del Ieral.

Nota publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.

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