Las falsas libertades del paternalismo libertario

Cuando el Estado busca regular las libertades individuales de los ciudadanos. Por Adam Dubove.

Redacción Fortuna

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Por Adam Dubove (*)

Las políticas paternalistas se caracterizan por forzar o manipular a los individuos para que modifiquen sus conductas por su propio bien. El paternalismo no es un fenómeno de la modernidad, durante siglos se apeló a justificaciones religiosas o morales para imponer ciertos comportamientos considerados virtuosos, de esta manera – dicen los paternalistas – se podría evitar que las personas adopten conductas que son perjudiciales para sí mismas.

Este enfoque anula por completo la capacidad de elección individual, que es sustituida por los criterios fijados por expertos y políticos. La obligatoriedad del uso del casco o del cinturón de seguridad, la imposición de niveles máximos de sal en los alimentos, o la obligación de aportar al sistema jubilatorio, son algunos ejemplos del abordaje paternalista clásico.

El pasado 4 de diciembre, la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, dio media sanción a un proyecto de ley que establece que los bares deberán exhibir carteles que digan: “Beber alcohol es perjudicial para la salud”. Los fundamentos del proyecto se basan en que la ingesta de alcohol es nociva para la salud y es tarea del legislador proteger a los ciudadanos de sus propias acciones.

Esta iniciativa, que no prescribe o proscribe las decisiones que toman las personas, se enmarca en una nueva tendencia en el diseño de políticas públicas llamada “paternalismo suave” o “paternalismo libertario”. Sus defensores afirman que las medidas que implementan no reemplazan las decisiones de las personas, sino que tienen como objetivo descubrir las “verdaderas” preferencias que se encuentran afectadas por una variedad de sesgos y defectos cognitivos e información limitada. Sostienen que las personas muchas veces actúan irracionalmente de forma sistemática y predecible, y que los legisladores pueden proponer políticas adecuadas para corregir esas desviaciones.

Entre algunos de los ejemplos más relevantes de esta corriente podemos mencionar la reciente ley sancionada por el Congreso que obliga a los restaurantes a sacar los saleros de las mesas, la obligación de ofrecer menús light, la incorporación de inscripciones e imágenes advirtiendo de los peligros del cigarrillo, o la presunción de que todos somos donantes de órganos salvo manifestación contraria. En ninguno de estos casos se impone una conducta determinada. Por el contrario, los paternalistas suaves apelan a distintas estrategias para influir en la toma de decisiones como pueden ser la modificación de la opción por defecto (como es el caso de los saleros o la donación de órganos), la forma en que son presentadas las opciones, o una mayor disponibilidad de alternativas.

Esta versión del paternalismo es presentada como una alternativa más respetuosa de la libertad individual, sin embargo no está exenta de problemas.

En primer lugar, los nuevos paternalistas no pueden conocer las verdaderas preferencias de las personas, si es que existe tal cosa como preferencias verdaderas, porque no conocen las circunstancias particulares de cada individuo para la toma de esa decisión. De esta manera, la influencia que buscan tener los paternalistas libertarios no está enfocada en contribuir a que cada persona descubra sus verdaderas preferencias. En cambio, los comportamientos que intentan inculcar son aquellos que ellos consideran que son las “verdaderas” preferencias, es decir que a la postre son las preferencias de los legisladores y no de las personas.

Un segundo problema es que la amenaza de la pendiente resbaladiza siempre se encuentra presente en este tipo de políticas. La aceptación de una política determinada allana el camino para que sea más fácil implementar políticas que en un primer momento podrían haber sido consideradas inaceptables o extremas. Un claro ejemplo es la evolución de las etiquetas en los paquetes de cigarrillo. Cuando 1986 se sancionó una ley que obligaba a las tabacaleras a incorporar la inscripción “Fumar es perjudicial para la salud”, pocos creían que 25 años más tarde la publicidad de cigarrillos estaría prácticamente prohibida y las cajas de cigarrillos invadidas por advertencias gráficas acerca del daño que causan. No sería descabellado pensar que en el futuro para poder comprar un tabaco uno deba inscribirse en un registro estatal, y escuchar una charla acerca de lo perjudicial que es fumar.

En tercer lugar vale preguntarse quién puede asegurar que los políticos y expertos que impulsan este tipo de políticas no sufren de la misma irracionalidad a la hora de diseñar políticas. ¿No son acaso ellos también seres humanos proclives a los mismos defectos y errores cognitivos?

El paternalismo libertario no tiene nada de libertario. Preservar la posibilidad de elegir no significa que uno tenga la libertad de hacerlo, y mucho menos que esa decisión haya sido tomada con autonomía. La esencia de la libertad es la posibilidad de tomar decisiones equivocadas, de lo contrario la única libertad que podríamos gozar es la de tomar las decisiones que los políticos creen que es mejor para nosotros. Una sociedad que anula o pretender anular conductas percibidas como disvaliosas es una sociedad que le niega la dignidad a las personas, le niega asumir el control de su vida, y aprender a partir de la prueba y error, considerando a las opiniones de los demás y observando los resultados.

En una sociedad libre es posible – es seguro – que nos encontremos con personas cuyas conductas no aprobamos, que creemos que están tomando un camino equivocado y que se están perjudicando a sí mismas. Pero por sobre todas las cosas no habrán políticos y expertos indicando como cada uno deba llevar adelante su vida mientras su conducta sea pacífica.

(*)  Director Académico del Instituto Amagi

Especial para FortunaWeb