Bolsonaro trae el nuevo nacionalismo a la región

Por Rosendo Fraga / El nuevo presidente electo en Brasil es el último eslabón de un fenómeno global. La evolución de los nacionalismos.

Redacción Fortuna

El nacionalismo aparece como un valor político que se revitaliza en el ámbito global. A tres décadas de la caída del Muro de Berlín, la desintegración del bloque comunista y el inicio de la globalización en la era de la “hiperconectividad”, es lo que hoy une al presidente Trump con sus colegas Xi y Putin, y los primeros ministros de la India (Modi) y de Japón (Abe); es que cada uno de ellos tiene un liderazgo en el cual el nacionalismo es un valor relevante.

Trump con el “American First”; Xi con la reivindicación de la cultura milenaria de su país; Putin con la reconstitución de la “Madre Rusia”; Modi con el nacionalismo hindú frente a la minoría musulmana de 280 millones de habitantes, y Abe al ser el primer jefe de Gobierno de su país que visita el monumento en homenaje a sus soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial.

A ellos se suman una serie de potencias “regionales”, cuyos liderazgos también hacen del nacionalismo una fuerza de sustento político. Tal es el caso de Erdogan en Turquía; Sissi en Egipto; la teocracia que gobierna Irán; la asediada monarquía saudita, y Netanyahu en Israel.

La revitalización del nacionalismo es un fenómeno global, que en Occidente coincide con el surgimiento de la denominada “antipolítica”, que, para existir, requiere de la vigencia del sistema democrático. La “antipolítica” se da tanto en el mundo anglosajón como en la Europa continental, y, por lo general, va acompañada de la cultura política populista.

A todo eso se suma el cuestionamiento a las elites, el rechazo a las fuerzas políticas tradicionales y la antiinmigración, además del nacionalismo. Tanto el Brexit como el triunfo de Trump en EE.UU. fueron manifestaciones de este fenómeno. En Europa, lo es la victoria de la coalición de la Liga y de Cinco Estrellas en Italia. En esta línea está la segunda fuerza francesa liderada por Le Pen y en Alemania, AF, de orientación nacionalista xenófoba, que podría ser la segunda fuerza electoral del país.

En países como Suecia, Dinamarca, Holanda y Austria, esas fuerzas nacionalistas ocupan el segundo o tercer lugar electoral, y en algunos casos forman parte de las coaliciones de gobierno. Los cuatro países de Europa Central (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) tienen hoy gobiernos de orientación nacionalista, que con matices cuestionan a la UE y son muy restrictivos en materia de inmigración.

Aun en un país báltico como Letonia, en la última elección, el primer lugar lo obtuvo un partido pro ruso y el segundo, uno de orientación nacionalista xenófobo.

América latina es “el extremo occidente, pero occidente al fin”, de acuerdo al politólogo francés Alain Touraine, y también tiene manifestaciones de éste fenómeno. Es así como las elecciones presidenciales de México y Brasil (ambos países sumados son dos tercios de América latina en términos de PBI, población y territorio) muestran que esta tendencia, que combina la revitalización del nacionalismo a nivel global con el surgimiento de la antipolítica en Occidente, también está llegando a esta región.

La elección presidencial mexicana tuvo lugar a comienzos de agosto y Andrés López Obrador tuvo un triunfo contundente, que le permitió quedar con mayoría propia en las dos cámaras, algo que no lograba ningún presidente desde 2000, cuando el país se abrió a una democracia plural. Si bien es un hombre que proviene del ámbito político, ha sido la figura más contestataria contra la política tradicional, que ha tenido como eje al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y desde hace dos décadas, también al Partido Acción Nacional (PAN).

AMLO —al nuevo presidente mexicano se lo suele llamar por sus siglas— ha logrado destruir el dominio de la política por parte de las fuerzas tradicionales; es populista en cuanto a que su liderazgo es muy personalista, y tiene connotaciones de “antipolítica”. Pero al mismo tiempo, en lo ideológico implica un retorno al nacionalismo tradicional del PRI del presidente Lázaro Cárdenas. Desde esta perspectiva, más que cultura política populista, lo que aparece detrás el nuevo presidente mexicano, es una combinación de nacionalismo y antipolítica, y él se ha encargado de subrayar ambas situaciones.

Paralelamente, el triunfo de Jair Bolsonaro es otra manifestación. Es la irrupción de la “antipolítica” en el país más grande de la región. Por sí solo, es la mitad de los doce países sudamericanos; por PBI, territorio y población. Tiene todos los ingredientes de la “antipolítica”: confronta y desprecia a la política tradicional, cuestiona a las elites, dice y propone lo políticamente “incorrecto” (en esto parece tener puntos de contacto con Trump), se mueve con un estilo de líder populista y exalta el nacionalismo.

Corrupción, inseguridad y desigualdad son tres grandes problemas que afectan tanto a México como a Brasil. A su manera, los tres subyacen detrás de los reclamos de la antipolítica en el ámbito occidental.

Cuando las fuerzas políticas de centroderecha y centroizquierda, que dominaron la política occidental desde la postguerra, generando consenso sobre el centro, se muestran impotentes frente a esos problemas se crean las condiciones para la “antipolítica”.

Pero el fenómeno se desarrolla de acuerdo a la máxima del filósofo español José Ortega y Gasset: se trata de “el hombre y las circunstancias”. Pueden existir en un país condiciones para el surgimiento de la “antipolítica”, pero si no está el líder que pueda representarla, el fenómeno continúa subyacente. Así mismo, pueden existir líderes novedosos y disruptivos, pero si no hay condiciones para que aparezcan, no lo harán.

En conclusión: el nacionalismo es un valor político que se revitaliza en el ámbito global, tanto en política interna como en la exterior; ello en Occidente va acompañado de la antipolítica y por lo general de la cultura política populista; en América latina este fenómeno tiene manifestaciones y ellas se encuentran detrás del triunfo de López Obrador en México; pero es Bolsonaro en Brasil la expresión más acabada de estos fenómenos en la región.

*Director del Centro de Estudios Unión

para la Nueva Mayoría