El mito de los tokens que dicen representar activos del mundo real
El valor de un token no está en el numerito que aparece en pantalla, sino en que un smart contract pueda transferir un boleto de compraventa, endosar un pagaré digital o representar una acción registrada en Caja de Valores.
Cuando escuchamos nombres como ERC-20 o ERC-3643, parecen códigos inventados por un grupo de programadores que buscan lucirse con tecnicismos. Pero en realidad son algo más sencillo: son reglas para organizarnos en la nueva economía digital en blockchain.
El mundo de los negocios siempre se apoyó en reglas comunes. La ISO 9001, por ejemplo, ordenó cómo debía medirse la calidad en fábricas y empresas; la decisión de usar 220 voltios permitió que cualquier electrodoméstico funcionara igual en gran parte del planeta. En blockchain pasa lo mismo: cada vez que representamos un contrato o un activo en forma digital, necesitamos un protocolo que todos respeten: lo llamamos ERC. Son lenguajes compartidos que nos permiten confiar, intercambiar y construir sobre bases sólidas.
Un ERC significa Ethereum Request for Comments. En simple: son reglas técnicas que la comunidad de Ethereum debate y aprueba para que todos los desarrolladores hablen el mismo idioma al crear contratos o tokens. En definitiva, es como una receta: si todos la siguen, lo que se cocina es compatible para cualquiera en la red.
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El espejismo de la City
En el ecosistema cripto argentino se instaló una idea tan atractiva como peligrosa: que crear un ERC-20 o un ERC-3643 equivale automáticamente a “hacer RWA”, es decir, tokenizar activos del mundo real. Muchos en la City lo creyeron y gastaron fortunas en proyectos que, en el fondo, eran apenas fábricas de fichas digitales. Funcionaban, sí, pero como el Fiat 600 de mi tía: podía andar, pero no era el vehículo ideal para viajes corporativos.
Un token no es un activo del mundo real. Del mismo modo que un billete de Monopoly no es dinero, ni editar una foto de una escritura con tu nombre te convierte en dueño de una casa.
Doña Rosa lo entiende mejor que nadie
Imaginemos a Doña Rosa, que guarda en un cajón la escritura de su casa. Ese papel amarillento, con firmas y sellos, le da tranquilidad porque sabe que está inscripto en el Registro de la Propiedad. Si alguien intentara disputarle la vivienda, puede llevar esa escritura ante un juez y defender su derecho.
Ahora bien, si alguien le dice: “Doña Rosa, le hice un token en Ethereum que representa su casa”. Ella mira el numerito en la pantalla del celular, pero cuando vaya al juzgado nadie se lo reconocerá. Sin anclaje legal, ese token no representa nada: es apenas un JPEG o, en el mejor de los casos, un PDF, pero sin valor jurídico. ¿Por qué? Porque falta el oráculo: en este caso, el escribano que actúa como hilo rojo entre lo que pasa en el mundo real y su reflejo en la blockchain.
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ERC-20 y ERC-3643: los ladrillos más usados, no necesariamente los mejores
El ERC-20, creado en 2015 por Fabian Vogelsteller y Vitalik Buterin, se convirtió en el estándar para tokens fungibles: unidades idénticas entre sí, como billetes o fichas de casino. Gracias a él surgieron miles de criptomonedas y proyectos financiados en todo el mundo. Para hacer monedas anda bien.
El ERC-3643, en cambio, es más reciente. Nacido como T-REX e impulsado por Tokeny Solutions, se estandarizó en 2021. Solo la pueden usar personas autorizadas, bajo ciertas condiciones, porque está pensado para cumplir con normas financieras y representar activos regulados. En esencia, es una moneda con restricciones.
Hasta acá todo parece fascinante: protocolos estandarizados y reglas claras. Pero eso para representar activos del mundo real no alcanza. Tokenizar activos reales es mucho más complejo que acuñar fichas en blockchain. Implica tender un puente entre la blockchain y la infraestructura legal, financiera y registral que da sustento a la economía.
Un token será un verdadero RWA (Real World Assets - Activos del Mundo Real) si, y sólo si, representa un derecho exigible: un boleto de compra venta tokenizado, un pagaré endosado en una cámara compensadora, una acción custodiada en Caja de Valores o una tonelada de maíz registrada en un silo bajo control aduanero.
Conectar ese mundo real con el digital requiere algo clave: oráculos. Dependiendo de la industria, el oráculo será quien traduzca la realidad al lenguaje blockchain. Esa es la “salsa secreta” de un buen tokenizador. Sin ese puente, el token es apenas la carcasa digital de algo inexistente.
La historia lo demuestra: pasamos de la piedra al papel, del papel al PDF, y ahora del PDF al token —o a la “representación digital (RD)”, como prefiere llamarla la CNV. El sustrato cambia, pero lo que da valor siempre es el reconocimiento institucional.
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El riesgo del espejismo
El verdadero desafío es construir infraestructura que dialogue con nuestra institucionalidad. Durante al menos los próximos cinco años vamos a convivir en una etapa híbrida: parte analógica y parte digital.
El valor de un token no está en el numerito que aparece en pantalla, sino en que un smart contract pueda transferir un boleto de compraventa, endosar un pagaré digital o representar una acción registrada en Caja de Valores. Que cada vez que cambie el estado en la blockchain, ese cambio impacte en el mundo real, y que si voy a la justicia tenga reconocimiento jurídico para defender mi activo. Porque un activo es tuyo solo si lo podés defender.
Eso es lo que convierte a un token en un verdadero RWA: que tenga consecuencias jurídicas y económicas concretas.
El error de estos años fue creer que con un estándar alcanzaba. Lo veo todo el tiempo: abogados de clientes que esperan una fórmula mágica, como si con decir “use ERC-20” ya estuviera todo resuelto. Pero no. No alcanza con un ERC-20 ni con un ERC-3643 sin oráculos que conecten con la realidad. Esa orquestación es la verdadera “salsa secreta”.
Los estándares son necesarios, pero son apenas ladrillos de una ingeniería mucho más grande. Como escuché decir esta semana a un regulador: “no se lo pidan al chico de sistemas”. Y tiene razón: a esta altura todos deberíamos entender que esto no lo resuelve el que te arregla el mail.
La industria se construye con sistemas reales: con código que automatice registros, transferencias y custodia; con integraciones que reduzcan fricciones para los usuarios; pero sobre todo con reglas que unan blockchain y derecho.
Argentina tiene mucho para ganar si avanza en esa dirección. La CNV ya dio el primer gran paso. Tenemos un mercado inmobiliario dolarizado pero poco líquido, un sistema financiero de baja profundidad y un mercado de capitales chico en comparación con la región. Una tokenización bien hecha puede destrabar crédito, abrir nuevos canales de inversión y dar transparencia. Pero para eso hace falta mucho más que charlas en conferencias. Porque al final del día: hay que meter más código para crear una industria.
*Cofundadora & COO de Pala Blockchain