Columna

El fin de las excusas macroeconómicas: cuando la estabilidad obliga a pensar mejor

Tras años de volatilidad, las variables económicas empiezan —lentamente— a estabilizarse. En este nuevo escenario, las empresas ya no pueden respaldarse en la incertidumbre para justificar decisiones, precios o estrategias. Vuelve la hora de planificar, definir valor y demostrar capacidad real de gestión.

Argentina está entre los 15 países más complejos del mundo para las corporaciones. Foto: CEDOC Perfil

En las recientes elecciones, el escenario político-económico ratificó un camino de continuidad. ¿Continuidad de qué modelo exactamente? Todavía no está del todo claro. Pero sí empieza a aparecer un fenómeno que, después de muchos años, obliga a cambiar la conversación: algunas variables clave comienzan a estabilizarse. Esa estabilidad aún incipiente —incipiente porque es reciente, frágil y todavía enfrenta expectativas por cumplir— plantea un desafío diferente para empresas, profesionales y organizaciones. Donde antes la volatilidad servía como argumento para justificar decisiones, ahora aparece otra exigencia: para sostener márgenes, ajustar procesos o crecer, ya no alcanza con culpar “al contexto”; hay que afinar el lápiz.

Un empresario del sector de la construcción lo resumió con una frase que se volvió viral en ciertos círculos de negocios: “En los noventa no se enseñaba ajuste por inflación en la facultad, porque la inflación se había terminado”. Esa anécdota sintetiza algo más profundo que un recuerdo: muchos líderes, emprendedores y profesionales crecieron en un país donde la incertidumbre era la regla. Hoy, en cambio, la economía empieza a enviar señales —todavía tímidas pero visibles— de que puede haber otra lógica: tipos de cambio más predecibles, tasas que se ordenan, contratos que vuelven a tener horizonte y un mercado que comienza a comparar, preguntar y evaluar con más criterio. En otras palabras, la discusión vuelve a la gestión, no a la coyuntura.

La inflación interanual ronda el 31,8% (septiembre 2025) y se proyecta cerrar el año cerca del 28%. Sigue siendo una cifra elevada si se la compara globalmente, pero es sensiblemente menor que los picos recientes. Empiezan a reaparecer los precios relativos, y con ellos una premisa que parecía olvidada: no todo puede justificarse con la inflación. Surge entonces una pregunta simple y desafiante: ¿cuál es el valor real que estamos ofreciendo en esta nueva etapa? Porque en un entorno donde “soy tan bueno que no vendo, me compran” funcionaba casi por inercia, ahora la diferenciación vuelve a ser mérito, no automatismo.

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Volver a competir implica volver a planificar. Sin una hoja de ruta clara, en un contexto donde el tipo de cambio se estabiliza y los márgenes se comprimen, la improvisación deja de ser opción. La planificación —seria, consistente y medible— vuelve a convertirse en un acto estratégico y no en un ejercicio teórico. A su vez, ese plan necesita propósito: una razón profunda que sostenga decisiones más allá del calendario de pagos o del humor del mercado. El propósito es motor, brújula cultural y argumento comercial. Cuando la urgencia baja, la empresa vuelve a preguntarse para qué existe, y los equipos y clientes también.

Pero hay un punto central que resume el espíritu de época: la definición de valor. Identificar qué valor se genera, cómo se entrega y cómo se comunica, vuelve a ser la cuestión estratégica más relevante. Ya no alcanza con actualizar tarifas según inflación o defender márgenes por inercia. El mercado pregunta más, compara más, y evalúa más. Y eso es positivo: obliga a elevar el estándar.

Después de años donde sobrevivir ya era un mérito, el nuevo escenario premia otra habilidad: gestionar bien. Elegir clientes y ser elegidos. Ordenar procesos. Medir resultados. Construir relaciones sostenibles. Entender que competir ya no es resistir, sino diferenciarse.

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En este contexto, el verdadero desafío empresarial deja de ser remar contra la corriente macroeconómica y pasa a ser algo mucho más exigente y, a la vez, estimulante: demostrar capacidad, claridad y valor. Porque el mercado vuelve a hacer las preguntas más simples y más difíciles: “¿Por qué te elijo?” y “¿Por qué debería seguir eligiéndote?”.

La Argentina entra en una etapa donde el mérito deja de ser solo sobrevivir. La estabilidad —aunque parcial y perfectible— obliga a pensar mejor, planificar mejor y ejecutar mejor. No se trata solamente de ajustar precios o reducir costos: se trata de mejorar lo que entregamos, cómo lo entregamos y por qué lo entregamos. Trabajar mejor ya no es una frase inspiracional; es una condición para seguir estando.

La etapa que se abre no exige solo mejores números: exige mejores decisiones. Y eso, lejos de ser una amenaza, puede ser la mejor noticia para quienes están dispuestos a construir valor de verdad.

*Ingeniera industrial y CEO de PCH, consultora especializada en la profesionalización de PYMEs.