Por Darío Werthein* | La innovación y la capacidad de emprender de los argentinos son la puerta para que el país logre despegar definitivamente. La utilidad de la tecnología en el sector más importante de la economía: el campo.
Si hay algo que nadie le puede negar a los argentinos es su eterna capacidad emprendedora. Es una constante abrir el diario y ver que en algún rincón del país alguien aprovechó algunos objetos en desuso para armar algún invento genial, o que a unos cuantos kilómetros de allí se creó una app para facilitar la vida del campo. De calzados hechos con gomas de autos a prótesis hechos con impresión 3D: con más o con menos recursos, el espíritu hacedor local es reconocido en todo el mundo.
Hay que reconocer que esa voracidad por las respuestas originales va más allá del deseo por resolver conflictos y alcanza un gusto particular por la innovación. Y lo interesante es que para ello no hay mejor momento histórico que este para aprovechar al máximo esa habilidad, porque hoy son las ideas son el verdadero diferencial de las economías emergentes.
Prácticamente nadie discute hoy la fuerza democrática de Internet. Y esa fuerza es la que permite, entre otras cosas, que con unos pocos elementos cualquier jugador de la innovación pueda estar en primera división. Pero para aprovechar de verdad esa posibilidad de protagonizar el futuro nuestro país debe superar una de las más grandes paradojas en la que nos vemos sumergidos: todos sabemos (y vemos) que Argentina tiene todo lo necesario para destacar entre potencias, pero por diferentes razones en diferentes momentos históricos, le cuesta pegar ese salto.
Es que –-como en el mito del carro alado de Platón-– si de un lado está la fuerza emprendedora que tracciona hacia adelante, justo al lado y tirando para el costado contrario pesa la melancolía. Por alguna razón, haya sucedido como lo recordamos o no, el pasado siempre parece ser algo tan maravilloso, lejano e inalcanzable que hace que el presente sea incómodo y gris.
Pero es hora de cambiar de perspectiva: ni todo tiempo pasado fue mejor, ni hay futuro alguno que esté garantizado para nadie. Es fundamental comprender un escenario mundial en constante movimiento, interpretar las oportunidades y aprovechar como nunca el valor agregado que tenemos ahora, en el presente.
¿Por qué es fundamental que abramos los ojos cuanto antes? Porque nuestro planeta tiene el desafío de alimentar a las once mil millones de personas que, según se estima, lo poblarán en 2050. El engrosamiento de la clase media mundial, protagonizado por China, India y otras latitudes emergentes, pone sobre el tablero una demanda cada vez más grande de provisiones como las carnes y los lácteos. Y esto no puede ser otra cosa que un llamado para nuestro país, que tiene que pensar muy bien qué rol quiere tomar.
Si la tradición rural histórica puede llegar a hacer que el panorama sea esperanzador, es fundamental pensar cómo encarar este enorme desafío sin entender el mundo a través de modelos que ya quedaron viejos. Hoy, la producción no puede dejar de lado la posibilidad de aplicar tecnologías de producción que puedan generar una verdadera transformación.
La única forma en la que Argentina podrá protagonizar el futuro será, entonces, aprovechando todo su potencial. La tradición y el expertise agrario solo podrá ser valioso si se atraviesa de nuevas herramientas, de esas que no saben de barreras geográficas y conforman un enorme mundo digital. Es necesario dejar de creer ya mismo en ese mito de que todo pasado fue mejor.
A fuerza de innovación, ingenio y economía del conocimiento, Argentina podría finalmente dejar de ser solo una promesa.
*Coautor del libro “Llegar al Futuro”, director del Grupo W y Director del Consejo Mundial de ORT.