Reservas del BCRA: de dónde y adónde

Redacción Fortuna

Opinión. Por Juan Carlos de Pablo * |

Los autos salen de fábrica con 5 ruedas. Antes de iniciar cada viaje largo, el conductor prudente verifica el estado en que están todas ellas. Si piensa transitar por caminos solitarios, probablemente llevará una sexta rueda, además de lo cual viajará en tándem con otros autos o asegurándose que su teléfono celular funciona y opera.

No hay que ser un genio de la economía, entonces, para entender para qué sirven las “reservas” del tipo que sean, así como las razones que nos llevan a acumularlas o a buscar mecanismos sustitutivos de su existencia.

¿Qué diría el conductor del auto en cuestión, al escuchar que la quinta rueda de los autos en realidad es “un adorno”, otra manifestación del capitalismo salvaje, por la cual -evidenciando una vez más que estamos delante de una gigantesca conspiracióntodos los fabricantes de autos del mundo se pusieron de acuerdo para encarecer el producto, obligando a comprar un objeto inútil, que además quita espacio para llevar otros objetos?

Diría que estamos delante de una gran estupidez. Pero; ¿no deberíamos calificar de la misma manera alguna de las propuestas que hoy se escuchan, referidas a las reservas del Banco Central?

¿Cómo llegó el BCRA a acumular el stock de reservas brutas que posee, qué debería hacer con ellas? El Banco Central pasó de no tener “nada” de reservas internacionales a la salida de la Convertibilidad, al nivel que había acumulado a comienzos de 2010, por la combinación de una suerte fenomenal y una decisión política.

La suerte fenomenal resultó de la significativa mejora de los términos del intercambio que se produjo durante la gestión de Néstor Kirchner. Estamos acostumbrados a que el matrimonio se adjudique todo (cuando le preguntaron a un soldado qué había hecho durante la guerra, contestó que no lo tenía en claro, pero agregó: “en el momento en que me incorporé al ejército íbamos perdiendo, y terminamos ganando”), pero esto no cambia la realidad.

La realidad dice que si a los volúmenes importados y exportados de mercaderías de la Argentina, les aplicamos los precios de 2003, a partir de 2007 nuestro país verificó déficit comercial. De manera que, en una medida apreciable, el superávit comercial que seguimos teniendo no es un mérito del Gobierno de turno, sino de un hecho exógeno (en 2009 esto fue “ayudado” por la forma en que se comprimieron las importaciones).

La decisión política fue que en la Argentina la devaluación del dólar con respecto a terceras monedas, no implicó la caída del tipo de cambio nominal sino el aumento de la tasa de inflación (con perdón de Guillermo Moreno y el INDEC); mientras que en países como Brasil, Chile y Uruguay la referida devación del dólar implicó la caída del tipo de cambio nominal y una baja tasa de inflación. Claro que también en estos países sus bancos centrales aumentaron sus reservas.

No todo el superávit comercial se transformó en aumento de las reservas del Banco Central, porque muchos argentinos (¡el ex presidente Kirchner entre ellos!) aplauden todo, pero compraron dólares… “por si las moscas”. La dolarización de portafolios local fue suficientemente intensa en 2008 y 2009 como para que las reservas brutas del BCRA no aumentaran nada.

¿Qué hay que hacer con las reservas? Quienes razonan como si la rueda de auxilio de los autos fuera un adorno, proponen utilizarlas para financiar obras de infraestructura, prestarle a los productores locales, aumentar las jubilaciones, etc. Como ya expliqué en FORTUNA, el dinero es fungible por lo cual se proponen destinos “política y socialmente correctos”, pero en realidad esto posibilita financiar otro tipo de gastos.

Más allá de este tipo de propuestas, a las que hay que prestarles atención porque les resultan particularmente atractivas a los legisladores, el destino de las reservas del Banco Central estaba muy claro durante la Convertibilidad. Porque según el artículo 6 de la ley 23.928, dichas reservas respaldaban la base monetaria, para darle credibilidad al hecho de que “era lo mismo tener un dólar que un peso”, en el sentido de que si todos los argentinos, simultáneamente, queríamos desprendernos de los billetes emitidos por el Banco Central, éste tendría suficientes dólares para hacer frente a la demanda.

Pero desde comienzos de 2002 no estamos en Convertibilidad, es decir, el Banco Central no tiene ninguna obligación de venderle dólares a quien le presente pesos. Lo cual no quiere decir que pueda hacer cualquier cosa, sin pagar las consecuencias.

Ejemplo: vence un título público emitido en pesos y nadie quiere renovarlo o comprar uno nuevo. El Central lo paga, emitiendo. ¿Qué hace la gente con esos pesos? Compra mis libros (difícil). Quiere comprar dólares (más probable). Si el Banco Central se los vende, caen sus reservas; si no lo hace aumenta el tipo de cambio en el mercado en el cual “la mercadería” se consigue (el mercado cambiario podría llegar a desdoblarse). En la huida de las tenencias de dinero local está el inicio de un proceso de pérdida de reservas, devaluación e inflación.

Néstor Kirchner habrá transformado al Banco Central en la Dirección Nacional de Financiamiento Inflacionario del Déficit Fiscal, pero esto -lejos de aumentarle la autonomía operativa a la institución, al alejarla del “neoliberalismo”-, la acerca más a la necesidad de tener que darle respuesta a las conductas del sector privado.

Un gobierno políticamente debilitado, un Estado cuyo gasto público crece 30% anual, que carece de financiamiento genuino, tanto local como internacional, necesita que “su” Banco Central tenga más reservas, no menos, y cuidarlas más que antes. ¿Será el caso de la Argentina 2010? Esta es la pregunta que hoy tienen en su mente quienes tienen que adoptar decisiones, referidas a nuestro país.

* Economista. Columnista de Revista Fortuna

5/2/2010