¿Mirarán en el Indec lo que ellos estiman?

Redacción Fortuna

Opinión. Por Juan Carlos de Pablo * |

Cuando sobre alguna variable “sé todo”, no necesito las estadísticas; cuando sobre alguna variable “no sé nada”, no tengo más remedio que tomar el dato estadístico como única fuente informativa. No necesito al INDEC para saber si estoy ocupado o desocupado, si FORTUNA vende más ejemplares que el año pasado, o cuánto aumentó el precio del café que todos los días tomo en el mismo lugar, antes de ingresar a mi oficina.

Por el contrario, necesito al INDEC (o equivalente) para saber cuál es la población de Madagascar, o la cantidad de dólares por habitante que extranjeros de distintos países tienen depositados en instituciones financieras de Estados Unidos.

La mayoría de las estadísticas que genera el INDEC ocupan un lugar intermedio, porque se refieren a variables sobre las cuales tengo alguna información, aunque no completa. Por eso, antes de la sospecha de que le “meten la mano” a algunas estimaciones, los argentinos complementábamos la información que surgía de nuestra propia experiencia, con la que generaba la institución. Los argentinos no necesitamos a la “oposición destituyente” para saber que las estimaciones oficiales de la inflación no son creíbles, las comparamos con lo que a cada uno de nosotros nos ocurre, cada vez que compramos.

En este caso la duda surge de comparar la estimación que genera el INDEC con información “externa” a la institución, como la experiencia propia o las estimaciones privadas. Pero a veces también genera dudas la propia consistencia interna (mejor dicho, inconsistencia) de la información.

Esto lo aprendí de José Katzenstein, a quien conocí vía Marcelo Diamand. José se ganaba la vida llevando adelante una pequeña empresa que fabricaba sellos de goma, pero lo que verdaderamente lo motivaba era el análisis político y una notable obsesión por mostrar que los argentinos estábamos mucho mejor de lo que decíamos. Para lo cual analizaba las estadísticas, desagregándolas, encontrando ejemplos como el siguiente (lo estoy inventando, sin traicionar su espíritu): “En el último año el PBI del sector textiles subió mucho, pero el de confecciones bajó mucho. ¿Qué se pudo haber hecho con los textiles, si no confecciones?” Publicó sus hallazgos en La Argentina devaluada (Plus ultra, 1988).

El recuerdo de José viene a cuento a propósito de la reciente publicación de la estimación oficial de las cuentas nacionales referidas al cuarto trimestre de 2009, que posibilita la comparación entre 2009 y 2008.

Según el INDEC, comparando 2009 contra 2008 el PBI total aumentó 1%, como resultado de una caída de 3,5% en el valor agregado de las mercaderías, y una suba de 3,2% en el de los servicios. De manera que -según la estimación oficial- cuando hay una crisis los argentinos dejamos de comprar caramelos de limón, pero nos peluqueamos cada vez más.

Dentro de las mercaderías cabe destacar la caída de 15,8% en el sector agropecuario, y de 0,5% en el sector manufacturero, y dentro de los servicios cabe destacar el aumento de 6,5% en el sector transporte. De manera que -según la estimación oficial- cada vez hay menos mercaderías para transportar, particularmente en los sectores agropecuario y manufacturero (que utilizan mucho más medios de transporte que, por ejemplo, la energía eléctrica), pero el valor agregado del sector transporte no hace otra cosa que subir. ¿Qué transportan los afiliados al gremio liderado por Hugo Moyano, servicios?

Como bien sabe el lector de este semanario, no le presto atención a los pronósticos macroeconómicos. En cambio sí a las estimaciones privadas de los agregados económicos, particularmente cuando la estimación oficial está bajo sospecha. Pues bien, en la comparación entre 2009 y 2008 las estimaciones privadas del nivel de actividad económica sugieren que lo que le pasó al PBI total, es lo que el INDEC dice que le ocurrió a los sectores que elaboran mercaderías. Me pregunto -sólo puedo conjeturar- si esta diferencia entre la estimación oficial y las privadas no tendrá que ver con el índice de precios que uno y otros utilizan para deflactar el valor nominal de los servicios.

Del lado de la demanda los resultados publicados por el INDEC están en línea con lo esperado. Siempre comparando 2009 contra 2008, el consumo privado aumentó 0,5%, la inversión privada cayó 10,2%, mientras que el consumo público subió 7,2%.

Cuando digo que está en línea con lo esperado pienso en la filosofía del actual Gobierno, pero más precisamente en la afirmación de Néstor Kirchner, de mediados de diciembre de 2009, cuando sostuvo que el PBI real tenía que crecer 7% durante el año en curso, para lo cual iba a “inyectar fondos en las calles”.

El Gobierno sabe que, por más aplausos que siga haciendo (una parte de) la dirigencia empresaria, habrá poca inversión privada “en serio”, la que compromete capital propio o de terceros privados en proyectos sujetos a riesgo, precisamente por la inestabilidad de las reglas de juego que generan las actuales autoridades. Ergo, busca compensar la menor demanda privada con demanda pública, respaldándose intelectualmente en una mala lectura de lo que dijo John Maynard Keynes.

Para lo cual necesita dinero, que “el mercado” voluntario de deuda no le va a proporcionar (al menos, a las tasas que desea abonar el kirchnerismo), y por consiguiente mira con cariño al Banco Central, abocado hoy a la tarea de buscar procedimientos legales (o formalmente legales) para enviar no sólo las “ganancias” de la institución al Tesoro, sino también “préstamos” para financiar la brecha entre los ingresos y los gastos públicos.

Aprendí de mis maestros que cuando uno termina de hacer una estimación, la tiene que “mirar” para ver si le “suena”. La mala lectura de esto es que se tiran a la basura estimaciones valiosas, porque contradicen lo que se creía a priori. La buena lectura es que se evitan bochornos, como los de creer que cada vez se producen menos mercaderías, pero se transportan más.

* Economista. Columnista de Revista Fortuna

26/3/2010

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