¿Por qué no prohibimos todas las importaciones?

Redacción Fortuna

Opinión. Por Juan Carlos de Pablo* |

Desde hace algunos meses la ministra de Industria y el secretario de Comercio llevan adelante un conjunto de acciones, santas y de las otras, para reducir y si es posible eliminar las importaciones de determinadas mercaderías.

Requerir licencias no automáticas de importación; pedirle a los supermercadistas y últimamente a los dirigentes de la Unión Industrial Argentina, que informen la lista de productos que importan (¿para qué está la información que compila la Aduana?); reunirse con productores locales de medicamentos, etc., forma parte de las referidas acciones.

Algunas de dichas acciones son formalmente inexistentes, pero no por ello menos reales, como el caso de la importación de alimentos. En economía no se necesita algo firmado, porque la simple amenaza o incertidumbre afecta las decisiones. En las próximas fiestas será más difícil que en las anteriores poder comprar turrón de Alicante en sus supermercados locales, porque los supermercadistas recuerdan a quienes recién pudieron despachar a plaza los juguetes importados luego de las fiestas, y a quienes recién pudieron despachar a plaza los sobretodos importados entre el final de la primavera y el verano.

Tamaño esfuerzo, encarado sobre todo por el aparentemente temible secretario de comercio, debería redundar en una fuerte caída del valor de las importaciones. Nada que ver, según el INDEC, cuyas estimaciones de los precios al consumidor están fuerte y merecidamente cuestionadas, pero cuyos cómputos de balanza comercial por ahora no.

En junio pasado la Argentina exportó mercaderías por valor de u$s 6.353 millones, e importó por valor de u$s 5.062 millones. Como consecuencia de lo cual tuvo un superávit comercial de u$s 1.291 M. Entre junio de 2009 e igual mes de 2010, el valor de las exportaciones de mercaderías aumentó 22% y el de las importaciones 40%; a raíz de lo cual el superávit comercial se redujo 19%.

Comparando el primer semestre de 2009 con igual período de 2010, el valor de las exportaciones aumentó 18%, porque los precios subieron 3% y los volúmenes 14%; mientras que el valor de las importaciones aumentó 43%, porque los precios subieron 6% y los volúmenes 35% (la desagregación es significativa, porque en la Argentina están aumentando, y fuertemente, las compras en el exterior de todo tipo de productos, incluyendo los de consumo).

A propósito: el valor de la exportación de combustibles y energía cayó 3%, a pesar de que los precios aumentaron 61%, porque los volúmenes disminuyeron 40%. Al mismo tiempo el valor de la importación de combustibles y lubricantes aumentó 80%, porque los precios subieron 33% y los volúmenes 35%. ¡Brillante la “política” energética aplicada por el gobierno!

¿Cómo es posible que tamaña presión gubernamental, no sólo no reduzca el valor de las importaciones, sino que lo eleve y en tal magnitud? La reactivación económica, el aumento de los costos internos junto al mantenimiento del tipo de cambio nominal, la incertidumbre referida a las reglas del juego; todo explica fácilmente lo que está ocurriendo.

Pero en estas líneas adopto la postura contraria, haciendo un pequeño ejercicio mental (que espero no inspire al Poder Ejecutivo). A la luz del claro fracaso de las políticas restrictivas en materia de importación, que encima nos enemista con Brasil, China y la Unión Europea; ¿por qué las autoridades no deciden, de una buena vez, prohibir la importación de todo tipo de bienes?

Después de todo; ¿para qué hay que ir a comprar zapatillas a Shenzhen, cuando se pueden fabricar en Florencio Varela? ¿Para qué hay que ir a Disney World, habiendo tantos parques de diversiones entre nosotros? ¿Para qué hay que ir a estudiar a Oxford, cuando se puede estudiar en Córdoba? ¿Para qué hay que ir a operarse en Houston, cuando te pueden intervenir quirúrgicamente en Buenos Aires? ¿Para qué tener una cuenta de ahorros en Nueva York, cuando se la puede tener en el banco de la esquina?

Con el mismo criterio; ¿por qué los altos funcionarios de este Gobierno se visten con telas importadas, en vez de abastecerse en el mercado local? ¿Por qué integrantes del sector privado argentino en los últimos años le pagaron a Joseph Stiglitz bastante más de medio millón de dólares, para quedar bien con el Gobierno argentino, para escuchar las mismas cosas que decían los economistas que alguna vez integraron el denominado Plan Fénix? Además, un Gobierno tan obsesionado por las importaciones; ¿por qué importa tanto gas carísimo, cuando a quien lo extrae localmente le paga mucho menos?

Como para lo único que sirven las exportaciones es para pagar las importaciones, prohibir a estas últimas implica disponer la reasignación de los recursos productivos internos, para que toda la producción se venda localmente. En el caso de la soja, cuyo consumo interno es ínfimo con respecto a la producción, esto implica decirle a los productores que se dediquen a producir zapallitos, coliflores o chanchos, productos que sí demandamos los argentinos.

El ejercicio tiene la virtud de mostrar que en la práctica prohibir, como obligar, son recursos extremos, que por consiguiente nunca pueden ser masivos o permanentes. Hablar en serio en materia de comercio exterior implica destacar la no neutralidad de la apertura o el cierre económicos. La primera inclina la balanza de poder a favor de los consumidores, el cierre a favor de los productores. En economías abiertas rige la “demandocracia”, en las cerradas la “ofertocracia”. En la demandocracia escribo sobre lo que a usted le interesa, pero con los honorarios compro lo que quiero; en la ofertocracia escribo sobre lo que a mí me interesa, pero después veré que consigo con lo que me pagan.

La Argentina es súper pendular. El poder se inclina hoy a favor de la ofertocracia, como en la década de 1980 y al contrario de la década de 1990, pero la historia enseña que ninguna posición del péndulo es permanente, y que las oscilaciones son muy fuertes.

* Economista. Columnista de Revista Fortuna

30/7/2010

En esta Nota