La historia íntima del Cavallo II

Menem y Cavallo fueron herméticos. Relea una crónica histórica de Revista Noticias, publicada en marzo de 1991, sobre los momentos del gestación del Plan de Convertibilidad. Galería de fotosGalería de fotos

Redacción Fortuna

Por Daniel Capalbo*

Ni siquiera el Presidente conocía los detalles. Estaba al tanto de la globalidad, desde luego, pero fue hasta el miércoles 20 un típico secreto de pareja. El Cavallo II -o Plan Otoño- es, en rigor, la consecuencia de la urgencia política. Carlos Menem (60) había dado al ministro treinta días para hallar la panacea: "Mingo, quiero un plan que afiance la estabilidad y que nos lleve, aunque sea lentamente, al crecimiento. Y no quiero errores".

Ingenioso -que duda cabe-, Cavallo (44) optó por reflotar el modelo de convertibilidad de la moneda creado a fines de siglo pasado durante la gestión de Carlos Pellegrini, y revivido y no nato a fines de 1989 por el entonces secretario de Gestión Económica, Eduardo Curia. Cavallo sabía que el lapso no era susceptible de prórrogas por la precaria estabilidad del dólar tras la hecatombe de Erman González (55) y los compromisos con acreedores internos y externos. Al margen, claro, de la creciente impopularidad del gobierno que, ya a esa altura, había puesto en jaque su suerte de cara a las elecciones de septiembre.

En los últimos treinta días, no menos de 5 llamados desde Córdoba quebraron el sosiego dominical de la residencia de Olivos. Los popes de la Fundación Mediterránea diseñaron la estrategia un poco en aquella provincia y otro poco en sus propios estudios, no con las computadoras del ministerio de Economía, pues se temía alguna filtración por la red informática.

—¿Y vamos a cambiar el signo monetario, Mingo? —interrogaba el Presidente en sus secretísimas llamadas telefónicas—.

—No creo que sea necesario— decía Cavallo—. Pero tenemos que resolver aún lo de la paridad. La relación 1 a 1 (un austral, un dólar) va a crear muchos inconvenientes, habrá que quitar ceros. Lo veo complicado.

Las comunicaciones se multiplicaron. Y el Presidente le dio el visto bueno el miércoles 20, en un "aparte" de la reunión de gabinete. Al mediodía, Cavallo convocó con urgencia a los tres colaboradores que trabajaban en el Plan.

A mí no me van  hacer lo que le hicieron a Sourrouille con el Plan Austral, se plantó, vehemente, Domingo Cavallo ante el escaso auditorio que acudió a la cita en su casa de Libertador y Ocampo. Se juramentaron silencio el viceministro Carlos Sánchez y Juan José Llach (el jefe de asesores de Economía, a quien sus subordinados llaman "el filósofo"), los primeros en llegar. Habían pasado sólo tres horas desde la reunión de gabinete y para entonces la cumbre se había completado con su hombre del Banco Central, Felipe Murolo, con el titular de la autoridad monetaria, Roque Fernández (43) y con uno de sus directores, Horacio Tomás Liendo (hijo), un abogado experto en el análisis jurídico del BCRA.

Les advierto a todos que cualquier filtración reduce nuestros esfuerzos a nada— les dijo Cavallo con un tono casi místico. Allí mismo comenzó a repartir el juego.

Dividió -en el último mes- al grupo en dos comisiones de trabajo. Él se sumó al equipo integrado por los hombres de su gabinete ministerial, pero monitoriando al de los hombres del Central.

Sus subsecretarios debían analizar la situación presupuestaria, la recaudación y la venta de inmuebles del Estado además de las perspectivas de asistencia externa al Plan. El segundo grupo analizó la cuestión de la convertibilidad y las expectativas vinculadas a las reservas.

Hacia afuera se seguía negando la existencia del Plan Otoño con la persistencia de una llovizna de junio. Sus colaboradores, porque tenían órdenes terminantes de hacerlo. Los demás -inclusive el más cercano de sus hombres, Guillermo Seita, subsecretario de Relaciones Institucionales-, porque lisa y llanamente lo ignoraban. Es más, todo el equipo económico "estaba trabajando para el Plan Otoño y ninguno de ellos lo sabía" —confió a NOTICIAS un hombre muy cercano al Presidente—. Cavallo llegaba cada día y les encomendaba un porción del Plan: el hombre armó un verdadero rompecabezas.

El encargado de unificar luego el operativo convertibilidad fue Juan José Llach. Veinticuatro horas antes de que el Presidente diera su conformidad -vale apuntar que los celestes Eduardo Bauzá (50), José Luis Manzano (51) desconocían absolutamente la gestación de la criatura., Cavallo, Sánchez y Fernández desembarcaron en olivos y desataron cuidadosamente el paquete requerido por Carlos Menem. El Presidente sólo se limitó a pedir precisiones acerca de sus recurrentes obsesiones de estabilidad y crecimiento. Y planteó las mismas dudas que la mayor parte de los economistas locales.

—¿Cómo vamos a garantizar la recaudación fiscal?

—No es sencillo, pero confiamos en una reactivación casi instantánea. La actividad económica va a generar recursos y todo podrán contribuir—, replicó Cavallo casi excitado.

—¿Y cómo vamos a hacer para nivelar el déficit y llegar al superávit?

—Se gastará sólo lo que ingrese, los sueldos quedarán desindexados hasta tanto se aumente el poder de consumo de la gente y haya mayor productividad; las provincias recibirán sólo la recaudación coparticipada y se hará frente a los compromisos con el exterior como una forma ineludible de mantener abierto el canal de apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los banco acreedores.

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* De la redacción de Noticias. Con informes de Daniel Ares, Carolina Ravier y Graciela Cañete. Fotos: Martín Arias.

El presente artículo corresponde a la edición de la Revista Noticias del 24 de marzo de 1991.

1/4/2011

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