El “desendeudamiento” no fue más que un eslogan

Más allá de los pagos a los acreedores y la refinanciación ¿Realmente bajó la deuda? Por Iván Carrino Galería de fotosGalería de fotos

Redacción Fortuna

Por Iván Carrino

El gobierno suele vanagloriarse por haber logrado desendeudar al país. En efecto, la deuda que nos llevó a la crisis de 2001 cuando estaba en el 54% del PBI y se disparó al 140% gracias a la devaluación, se redujo a casi el 40% en estos años.

Luego de lo traumático que fue para el país el desborde de gasto y endeudamiento de los “neoliberales” años noventa, es comprensible que el gobierno se cuelgue esta medalla. Sin embargo, al mismo tiempo que la deuda pública caía, aumentaban los precios.

Luego de un tímido 4% en 2004 y un casi 10% en 2005, la inflación siempre fue creciente y llegó a los altísimos niveles de la actualidad.

Ahora bien, la reducción de la deuda y el aumento de la inflación son dos fenómenos que, al darse en simultáneo, muestran que el presumido desendeudamiento no ha sido más que un mero slogan.

Veamos. Cuando el gobierno gasta por encima de lo que recauda puede endeudarse por la diferencia. Así, irá acumulando deuda que algún día deberá pagar, refinanciar o defaultear. He aquí la dinámica de los 90.

Otra forma de financiar el gasto excesivo es pedirle al Banco Central que emita dinero. Ahora bien, cuando el Banco Central emite pesos, está emitiendo un pasivo, una deuda para el banco. Como indica la contabilidad más básica, el pasivo (más el capital) siempre debe igualar al activo. Entonces, al emitir pesos, el banco central debe comprar algún activo para equilibrar el balance.

¿Y cuáles pueden ser esos activos? En nuestro caso, dólares, oro, o ¡títulos de la deuda pública!

Es decir, cuando el gobierno le pide al Banco Central que emita pesos, lo que hace es entregar ni más ni menos que títulos de deuda a la entidad monetaria a cambio de los pesos de nueva creación.

Así, el gobierno no coloca deuda en el mercado, sino que lo hace en el banco central. No se desendeuda, sino que cambia de acreedor.

La diferencia es que este nuevo endeudamiento no se ve posibilitado por la acción voluntaria de los inversores externos e internos, sino por la acción política del Banco Central, que acepta una deuda que está destinada a licuarse en el tiempo.

El problema es que a medida que el Banco Central acumula títulos de deuda que el gobierno nunca pagará, el valor de su activo se reduce. Al mismo tiempo, por definición se reduce el valor de su pasivo, que son los pesos que usamos todos los días. La consecuencia más visible de este proceso es la inflación.

Un desendeudamiento verdadero hubiera implicado que el gobierno comience a vivir dentro de sus posibilidades. Sin embargo, no fue esto lo que sucedió y las consecuencias las padecemos hoy en la forma de una de las inflaciones más altas del planeta.

DSC_0008_smallIván Carrino es  Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es profesor de Economía en la Universidad de Belgrano y profesor de Comercio Internacional en el instituto ESEADE. Actualmente es Analista Económico de la Fundación Libertad y Progreso.

 

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