Por Eduardo L. Fracchia* / Suele decirse que las PI no deberían tener ningún impacto sectorial, pero eso parece cuestionable.
La reciente designación del nuevo ministro de Producción, Dante Sica, anima estas líneas. América latina es un espacio que sorprende por su bajo desempeño relativo en relación a la dotación de recursos naturales y humanos que posee.
Una de las asignaturas pendientes de la región está precisamente en la mejora de la competitividad. Para articular un desarrollo sostenido es clave acudir a un instrumento indispensable como lo son las políticas industriales (PI) bien elaboradas y políticamente factibles.
Es común escuchar que el proceso de crecimiento está íntimamente asociado a la acumulación de conocimiento y a la diversificación de la estructura productiva. Para que eso es vital disponer de una PI realista y operativa para alcanzar mayores niveles de competitividad. Las restricciones para la implementación de una determinada PI están dadas por el tamaño, el grado de desarrollo y las diversas estructuras productivas de las diferentes economías nacionales.
En un primer momento, la PI estuvo asociada en toda la región con la estrategia de sustitución de importaciones que fue, sin lugar a dudas, la primera fase en el proceso de industrialización que los países encararon. A lo largo del tiempo tuvo como instrumentos centrales la protección comercial, la promoción de inversiones directas, el apoyo crediticio de los bancos de fomento y el desarrollo de la inversión externa directa. La visión crítica de cómo se fueron desenvolviendo las estrategias mencionadas llevó a fuertes debates con tópicos clásicos. Con la rivalidad entre posiciones liberales y desarrollistas, hemos perdido mucha energía en la región. Los gobiernos más liberales de los 90, comprometidos con reformas estructurales, avanzaron en políticas industriales en muchos casos relacionadas principalmente con el sector automotriz. Los críticos de las PI adoptan a veces una expresión que es representativa de toda una filosofía: “La mejor política industrial es precisamente la que no se tiene”. Esta es una afirmación que no tiene en cuenta que las estrategias de desarrollo deben coordinar la iniciativa del mercado con el impulso del sector público.
En el caso argentino actual, no existe un plan director que oriente el proceso de crecimiento, si bien hay algunos avances en este sentido desde el área de Producción. Para facilitar el aprendizaje institucional, es clave contar con mecanismos de evaluación de las políticas encaradas. En base a un estudio de casos en la región, las limitaciones que están presentes en la implementación de PI se relacionan con la baja capacidad de seguimiento, con la precariedad de los acuerdos público-privados y con la debilidad de las señales económicas asociadas a la aparición de fallas en su implementación.
*Investigador Senior del IAE Business School de la Universidad Austral