Durante años, los sectores productivos han reclamado menor intervención del Estado, buscando un entorno más previsible y menos regulado para operar con mayor libertad.
El mundo empresarial enfrenta un momento crucial: la necesidad de hacer madurar su mindset. Como sucede con los adolescentes cuando obtienen la ansiada libertad que pedían, las empresas en Argentina deben ahora gestionar una mayor autonomía, consecuencia del repliegue del Estado en varios ámbitos. Este escenario impone desafíos que requieren nuevas actitudes y capacidades para gestionar un entorno con menos intervención pública.
Hay un ejercicio que muchos padres hacemos con nuestros hijos, consciente o inconscientemente: darles libertades en momentos clave de su crecimiento. Un ejemplo típico es el permiso para asistir a un primer baile o quedarse a dormir en casa de un amigo. Estos hitos marcan el paso hacia una mayor independencia y responsabilidad personal. Sin embargo, la respuesta inicial de los adolescentes a esta libertad suele ser paradójica: tras tanta insistencia por obtener lo que deseaban, el primer impacto suele ser la sorpresa, seguida de dudas e incertidumbre sobre qué hacer con esa nueva autonomía.
El mundo empresarial argentino atraviesa una fase similar. Durante años, los sectores productivos han reclamado menor intervención del Estado, buscando un entorno más previsible y menos regulado para operar con mayor libertad. Ahora que se observa un repliegue en varios ámbitos —desde una menor regulación en algunos mercados hasta cambios en subsidios o políticas fiscales—, las empresas se enfrentan a la misma sorpresa paralizante que sienten los adolescentes cuando obtienen su libertad. La pregunta ahora es: ¿qué harán con esa autonomía?
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Disminuir la intervención estatal no es un fin en sí mismo, sino un medio para promover un entorno más dinámico e innovador. Eso fue lo que transmitió Federico Sturzenegger, Ministro de Desregulación y Transformación del Estado de la Nación Argentina durante el desarrollo del 60° Coloquio de IDEA. Sin embargo, este nuevo contexto requiere que las empresas asuman responsabilidades e iniciativas que antes estaban en manos de otros o bien que no podían ser ejecutadas por restricciones regulatorias. Ahora, con los cambios impulsados, la ética empresarial cobra un protagonismo central. Sin subsidios, la eficiencia operativa deja de ser opcional y se convierte en una necesidad para la supervivencia. Esta nueva libertad demanda que las organizaciones adopten una gestión más madura y previsora, basada en la anticipación de riesgos y la creación de valor sostenible. Esto aplica para industrias como la energética o el sector de la salud.
Las dudas que emergen en este proceso son naturales: ¿cómo competir en un mercado más abierto y menos protegido? ¿Qué inversiones deben priorizarse sin depender de incentivos externos? ¿Cómo mantener la estabilidad financiera en un entorno de volatilidad? Estas preguntas no solo reflejan incertidumbre, sino que también invitan a la reflexión estratégica. Las empresas que logren evolucionar rápidamente y adaptarse a esta nueva realidad serán las que lideren en un entorno más competitivo.
Asumir esta nueva etapa requiere más que ajustes operativos: implica un cambio de mentalidad. De la misma manera que un adolescente debe aprender a gestionar su autonomía de manera responsable, las empresas necesitan adoptar un mindset orientado a la eficiencia, la innovación y la colaboración. Un entorno con menos intervención estatal puede ser una oportunidad para generar alianzas estratégicas y fomentar la cooperación entre sectores privados, logrando así sinergias que antes parecían innecesarias.
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Además, la libertad adquirida no debe interpretarse como ausencia de límites. En mercados desregulados, la autorregulación y las buenas prácticas empresariales son fundamentales. La sociedad observa con mayor atención cómo las empresas manejan esta etapa: desde el trato a sus empleados hasta su impacto ambiental, pasando por la transparencia en la gestión. Cada decisión importa, porque ahora más que nunca las empresas son protagonistas directas del desarrollo económico y social del país.
El repliegue del Estado también pone a prueba la capacidad de innovación del empresariado argentino. En lugar de esperar soluciones desde arriba, las empresas tienen la oportunidad de liderar cambios estructurales en sus sectores, apostando por la transformación digital, la sustentabilidad y la internacionalización de sus operaciones. Sin embargo, este camino no está exento de desafíos. La transición hacia una gestión empresarial más madura implica riesgos, fracasos y aprendizajes constantes. Lo importante es comprender que este proceso no es lineal y que, al igual que en la adolescencia, la madurez empresarial se alcanza mediante la experiencia y la adaptación.
Los tiempos actuales demandan un liderazgo diferente: menos reactivo y más proactivo. El éxito ya no depende únicamente de reaccionar ante regulaciones o incentivos, sino de la capacidad de anticipar tendencias y de desarrollar estrategias sostenibles en el tiempo. El empresariado argentino tiene en sus manos la posibilidad de redefinir su papel en la economía y en la sociedad, asumiendo su libertad con responsabilidad. El plan de trabajo de la organización ya no podrá ser igual a la planificación comercial, sino ésta, tan solo un capítulo más de una visión más macro, y quizás ahora sí, de más largo plazo.
La metáfora del adolescente que obtiene su ansiada libertad refleja de manera precisa el momento que atraviesa el mundo empresarial argentino. Durante años se reclamó una menor intervención estatal; ahora que esa libertad comienza a materializarse, surge la necesidad de aprender a gestionarla de manera madura y responsable. La clave para aprovechar esta nueva etapa radica en desarrollar un mindset orientado a la eficiencia, la innovación y la ética.
*CEO de Olivia