Cómo ve la realidad el que fabrica pastas

Redacción Fortuna

Opinión. Por Juan Carlos de Pablo * |

Tuve que aceptar un aumento salarial de 35%, todos los días me suben los costos, el ministro de Trabajo Carlos Tomada no hace nada para frenar las demandas sindicales, la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, prácticamente no modifica el tipo de cambio nominal. Menos mal que el secretario de Comercio Guillermo Moreno frena las importaciones que compiten con mi producción”.

Así de simple razona cualquiera que en Argentina 2010 elabora cualquier producto “importable”, es decir, uno que se puede producir localmente pero también se puede importar. Rara vez lo dice públicamente, porque en nuestro país nos hemos acostumbrado a dialogar de manera muy peculiar. Una posición se expresa públicamente, la contraria en voz baja. Ocurre con la apertura y el cierre económicos, con la guerrilla y la represión, etc. Cuando se da vuelta la tortilla, quienes susurraban levantan el volumen de su voz, quienes hablaban fuerte murmuran. Y así sigue el “diálogo”.

Lo que está ocurriendo es curioso desde el punto de vista ideológico o de “escuelas económicas”. Porque de la mano de la credibilidad y el aumento de la deuda externa, durante la tablita cambiaria y la convertibilidad la Argentina experimentó atraso cambiario, o inflación en dólares, como se denomina en nuestro país a la caída del poder sitivo interno del dólar. Pero desde el 25 de mayo de 2003 integra el Poder Ejecutivo un conjunto de personas que juran por su madre que van a hacer exactamente lo contrario, a raíz de lo cual consiguieron el apoyo empresario, particularmente manufacturero.

Pero resulta que, a pesar de la ideología contrapuesta, los fabricantes locales de bienes importables están sufriendo exactamente los mismos efectos que cuando reinaba el “neoliberalismo”. El rol que antes jugaron el endeudamiento y la entrada de capitales para financiar las privatizaciones, ahora lo juega la mejora de los términos del intercambio más el temor de las autoridades monetarias a modificar el tipo de cambio, y arriesgar que la población lo lea “al revés”, es decir, no como una corrección para recuperar competitividad sino como el comienzo de un ajuste a lo largo del tiempo (dependiendo de cómo esto sea leído puede generar demanda y no oferta privada de divisas).

Los empresarios son poco afectos a los debates ideológicos y (correctamente) integran las distintas porciones de una política económica, para averiguar cuál es el efecto que la totalidad de las decisiones públicas tiene sobre su empresa.

Por consiguiente, nunca le van a prestar atención a discusiones que exclusivamente se concentran en la prohibición de importaciones y la probable represalia del resto del mundo, como nunca le van a prestar atención a discusiones que exclusivamente se concentran en los aspectos financieros de la cotización del dólar, los títulos públicos, etc.

¿Habrá alguien, dentro del Poder Ejecutivo, que mire esto también en forma conjunta? No parece. El ministro de Economía está concentrado en el canje de deuda (lo que verdaderamente perseguía el Poder Ejecutivo, conseguir fondos frescos, no parece posible cualquiera sea el resultado final del canje); el Banco Central en crear una línea de redescuento a tasas de interés “blandas”, para inducir la inversión privada que está trabada por las propias señales negativas que envía el propio Gobierno; y nadie jugando el rol de “malo de la película” en materia de negociaciones salariales y de condiciones de trabajo.

Pero si esto es así, el fabricante local de productos importables se encuentra con gran cantidad de discursos ofi ciales, y de entusiastas del pretendido modelo, según los cuales el Poder Ejecutivo seguirá privilegiando la producción nacional, al tiempo que hace cuentas para ver qué precio tiene que intentar cobrar por sus productos, a la luz de los costos internos, lo compara con el precio al cual pueden llegar los productos importados al mercado local, y reza (en silencio) para que el secretario de Comercio siga haciendo lo que está haciendo.

¿Qué hacer, desde una perspectiva heterodoxa, con la infl ación en dólares o el atraso cambiario que están padeciendo los productores locales? Este es el interrogante que deberían contestar, pero en serio, tanto quienes tienen responsabilidades ejecutivas dentro del gobierno, como quienes –desde afuera– lo apoyan y desean que “el modelo” pueda seguir vigente durante mucho tiempo más. Al respecto, constituye una gran pérdida de energía que quienes tienen que ocuparse del aquí y ahora, se agoten en seguir criticando la década de 1990 y aludiendo al Consenso de Washington.

Un cuarto de siglo atrás comparé las políticas económicas aplicadas por Federico Pinedo en 1962 y por Celestino Rodrigo en 1975. ¿Cómo puede ser que personas con formación e ideología tan diferentes, aplicaron las mismas medidas? (liberación cambiaria y devaluación, respectivamente, más aumento de las tarifas públicas). La respuesta es que cuando las circunstancias son extremas, éstas determinan la política económica mucho más que los principios generales o las inclinaciones ideológicas.

Las actuales circunstancias políticas y económicas también determinan las decisiones públicas. ¿Cómo anunciar un cambio en la política cambiaria, para que resulte creíble? Por las dudas, que sea el “mercado” y no el Banco Central quien modifi ca el tipo de cambio. ¿Cómo conseguir que los dirigentes sindicales morigeren sus pretensiones, sin aparecer como el malo de la película? Todo esto con un trasfondo de política fi scal bien expansiva, donde se festejó que el gasto público primario de caja, es decir, el efectivamente desembolsado, aumentó “apenas” 29,3% entre abril de 2009 y de 2010.

En la perspectiva de los productores de bienes importables, entonces, Guillermo Moreno juega el rol de neutralizador de las barbaridades que genera el resto del Gobierno al que pertenece. En este caso se constituyó en la personalización del principio del “segundo mejor”, que en 1956 sistematizaron Kevin Lancaster y Richard George Lipsey, aunque probablemente él no lo sepa, ni le interese.

* Economista. Columnista de Revista Fortuna

4/6/2010

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