Por Nouriel Roubini* / Hay tres posibles shocks que provocarían una recesión global en 2020. EE.UU. está en el centro de cada uno de ellos.
Hay tres posibles shocks de oferta negativos capaces de provocar una recesión global en 2020. Todos ellos son reflejo de factores políticos que afectan las relaciones internacionales; dos involucran a China, y Estados Unidos está en el centro de cada uno de ellos. Además, ninguno admite tratamiento con las herramientas tradicionales de la política macroeconómica anticíclica.
El primer shock potencial deriva de la guerra comercial y de monedas entre Estados Unidos y China, que se agravó cuando el gobierno del presidente Donald Trump amenazó con imponer más aranceles a las exportaciones chinas y designó formalmente a China como manipulador cambiario. El segundo tiene que ver con la guerra fría que se está gestando lentamente entre Estados Unidos y China en torno de la tecnología. China y Estados Unidos compiten por el dominio de las industrias del futuro: la inteligencia artificial (IA), la robótica, el 5G, etcétera. Estados Unidos incluyó a la gigante china de las telecomunicaciones Huawei en una “lista de entidades” reservada a empresas extranjeras a las que considera una amenaza a su seguridad nacional. Y aunque después le otorgó exenciones transitorias que le permiten seguir usando componentes estadounidenses, luego la administración Trump anunció la inclusión en la lista de otras 46 empresas afiliadas a Huawei.
El tercer riesgo importante tiene que ver con el petróleo. Si bien sus precios han disminuido en las últimas semanas, y una recesión activada por una guerra comercial, monetaria y tecnológica deprimiría la demanda de energía y presionaría a la baja sobre los precios, la confrontación de Estados Unidos con Irán puede tener el efecto contrario. Si ese conflicto llegara al nivel militar, puede producirse un súbito encarecimiento mundial del petróleo que provoque una recesión, como sucedió durante enfrentamientos previos en Medio Oriente en 1973, 1979 y 1990.
Los tres shocks potenciales tendrían efecto estanflacionario al provocar un encarecimiento de las importaciones de bienes de consumo, insumos intermedios, componentes tecnológicos y energía, y al mismo tiempo reducir la producción al trastocar las cadenas globales de suministro. Encima, el conflicto sinoestadounidense ya está provocando un proceso más amplio de desglobalización, porque los países y las empresas ya no pueden confiar en la estabilidad a largo plazo de esas cadenas de valor integradas. La creciente balcanización del comercio de bienes, servicios, capital, mano de obra, información, datos y tecnología aumentará los costos de producción globales en todas las industrias.
Es fácil imaginar de qué manera la situación actual puede llevar a una implosión total del sistema internacional abierto de comercio. De modo que cabe preguntarse si las autoridades monetarias y fiscales están preparadas para un shock de oferta negativo sostenido, o incluso permanente.
Después de los shocks estanflacionarios de los setenta, las autoridades monetarias respondieron con un endurecimiento de la política monetaria. Pero hoy, los grandes bancos centrales (por ejemplo la Reserva Federal de los Estados Unidos) siguen políticas monetarias expansivas porque la inflación y sus expectativas siguen siendo bajas. De modo que cualquier presión inflacionaria derivada de un shock del petróleo la percibirán como un efecto nivel de precios y no como un aumento persistente de la inflación.
Con el tiempo, los shocks de oferta negativos tienden a convertirse también en shocks de demanda negativos que reducen transitoriamente el crecimiento y la inflación al deprimir el consumo y el gasto en capital. De hecho, en las condiciones actuales el gasto en capital de las corporaciones dentro y fuera de los Estados Unidos está muy deprimido por incertidumbres relacionadas con la probabilidad, gravedad y persistencia de los tres shocks potenciales.
En vista de la posibilidad de que se produzca un shock negativo de la demanda agregada en el corto plazo, las bajas de tasas de los bancos centrales son correctas. Pero también las autoridades fiscales deberían prepararse para dar una respuesta similar en el corto plazo. Una marcada caída del crecimiento y de la demanda agregada exigirá una política fiscal expansiva anticíclica para evitar que la recesión se agrave demasiado.
Pero en el mediano plazo, la respuesta óptima a los shocks negativos de la oferta no es una política expansiva, sino ajustarse a ellos sin continuar la expansión. Al fin y al cabo, los shocks de oferta negativos de una guerra comercial y tecnológica serán más o menos permanentes, lo mismo que la reducción del crecimiento potencial. Lo mismo se aplica al Brexit: abandonar la Unión Europea asestará al Reino Unido un shock de oferta negativo permanente, y por consiguiente, una caída permanente del crecimiento potencial.
Esos shocks no se pueden revertir con medidas monetarias o fiscales. Se los puede manejar en el corto plazo, pero todo intento de oponerles una política expansiva en forma permanente llevará a la larga a que la inflación y sus expectativas aumenten muy por encima de las metas de los bancos centrales.
Finalmente, hay una diferencia importante entre la crisis financiera global de 2008 y los shocks de oferta negativos que pueden afectar a la economía global hoy. Como la primera fue más que nada un gran shock negativo de la demanda agregada, que deprimió el crecimiento y la inflación, era correcto responder con un estímulo monetario y fiscal. Pero esta vez, el mundo se enfrentará a shocks negativos sostenidos de la oferta, que exigirán una clase de respuesta muy distinta en el mediano plazo. Tratar de deshacer el daño con un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción sensata.
* Profesor en NYU’s Stern School of Business, trabajó en el FMI, la Reserva Federal de EEUU y el Banco Mundial.
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